El Papa de la familia - Alfa y Omega

El Papa de la familia

Colaborador

No es exagerado referirse a Juan Pablo II como el Papa de la familia. Es el que más ha hablado sobre la familia. Más que todos los demás Pontífices juntos. En los más variados contextos, y desde los más diversos ángulos, la familia ha ocupado siempre un lugar destacado en su magisterio. Y también en sus viajes apostólicos, en los que siempre buscaba momentos para encontrarse con las familias. «Entre los numerosos caminos de la Iglesia -decía-, la familia es el primero y más importante». Detrás de esas palabras estaba el amor tan profundo que sentía por los hombres, por Cristo y por la Iglesia.

Juan Pablo II amaba al hombre, porque amaba a Cristo. Era un hombre de fe. Conocía, como muy pocos, la realidad: las dificultades y los problemas que acechan a la Humanidad. Pero esa fe le hacía ver también que el mal, por grande que sea, no es capaz de vencer al bien. El hombre que vive, aunque es pecador y se mueve entre dificultades, ha sido ya redimido por Cristo; con la ayuda de la gracia puede superar todas las adversidades. Porque Cristo ha vencido al pecado y a la muerte. ¡No tengáis miedo a Cristo! ¡Abrid las puertas a Cristo! Son expresiones que denotan bien a las claras y dan razón de la esperanza de Juan Pablo II en el hombre contemporáneo.

El amor a Cristo estaba en la raíz de su amor al hombre, y este amor era, a su vez, el motivo de su interés por la familia. Llevar la salvación al hombre es la misión confiada por Cristo a su Iglesia, y la familia es el primero y más importante de los caminos para realizarla.

Familia, sé lo que eres

El camino de la Iglesia para salvar al hombre es la familia, porque el hombre será lo que sea la familia. La familia es el marco natural de la formación de la personalidad humana y cristiana. En la familia nacen y se desarrollan los miembros de la sociedad y de la Iglesia. Es el lugar donde se orientan y consolidan los valores que moverán las conductas en la vida social, política, etc. Por eso, la necesidad de que la familia sea familia y de que, consciente de su misión, sea y actúe como tal. Está ahí la razón de que el Papa haya dirigido sus esfuerzos a proclamar la verdad de la familia, sobre qué es ser familia. Y también cómo ha de realizar la familia su misión.

La convicción de que la proclamación de la verdad encuentra siempre eco en el corazón del hombre explica la constancia en proclamar el Evangelio de la familia y las características de este anuncio, particularmente el optimismo y la esperanza que impregnan su magisterio. «¡No tengáis miedo de los riesgos! ¡La fuerza divina es mucho más fuerte que vuestras dificultades!», decía el Papa. Son palabras que Juan Pablo II dirigía a las familias, exhortándolas a vivir en la verdad. Denunció, quizá como nadie, las falsificaciones de la institución familiar. Su afán, sin embargo, fue sobre todo mostrar la grandeza y dignidad de la familia. Sólo la verdad hace libres, y sólo el amor a la verdad es capaz de vencer al mal.

La familia, fuerte de Dios

A través de la familia discurre la historia del hombre, la historia de la salvación de la Humanidad. La familia se encuentra en el centro de la lucha entre la cultura de la vida y la de la muerte, del bien y del mal. De su misión forma parte el esfuerzo por hacer realidad la cultura del amor. Ser testimonio vivo y fuerte de Dios hacia dentro y fuera de sí misma. Para ello es necesario que viva de acuerdo con lo que es, en la verdad. Por eso, la invitación a ser familia, constantemente repetida por Juan Pablo II. A descubrir y testimoniar la grandeza de la familia. Una invitación dirigida, en primer lugar, a las familias. Y, después, a cuantos de una u otra manera pueden y deben ayudarlas en su misión: los obispos, los presbíteros, los movimientos y asociaciones de laicos, los religiosos, etc.

«El Buen Pastor está con nosotros en todas partes. El Buen Pastor está hoy con vosotros -decía a las familias-, como motivo de esperanza, fuerza de los corazones, fuente de entusiasmo siempre nuevo y signo de la victoria de la civilización del amor». Esta convicción hará que las familias no sucumban a los ataques que, desde ámbitos diversos y con formas variadas, puedan levantarse contra ellas. Y, sobre todo, dará razón del orgullo que debe caracterizar siempre el ser y vivir como familia. Es así como será el fuerte de Dios.

Augusto Sarmiento
Profesor de Teología de la Universidad de Navarra