El ocaso de Dios
Todavía hay quien piensa que el derecho a la libertad religiosa no está amenazado en Occidente, como si estuviera reducido sólo a la libertad de culto. Sin embargo, la dimensión pública de la religión incide en asuntos como la bioética, o la misma configuración de la familia. En España, el derecho a la libertad religiosa también se ve amenazado por los impedimentos a la objeción de conciencia del personal sanitario, o por la imposición de la ideología de género
Por favor, di que nosotros no queremos ser objetores: ¡sólo queremos ser médicos!: esta petición le hacían al doctor Esteban Rodríguez Martín sus compañeros de profesión, antes de acudir a Madrid para participar en el XIII Congreso Católicos y Vida Pública. En su intervención denunció que, hoy, en España, «el Estado quiere llevar la muerte a los hospitales y convertir el aborto en un acto médico»; y alertó sobre la situación de los profesionales de la Medicina en nuestro país: «Estamos siendo evaluados por si tramitamos abortos o no; los que no lo hacemos, estamos siendo discriminados». Para el doctor Rodríguez Martín, miembro de la plataforma Ginecólogos por el derecho a vivir, la misma regulación de la objeción de conciencia es «una amenaza laicista contra la libertad», por lo que «no debe ser regulada; sólo debe ser admitida». Todo esto parte de «una ideología que pretende cambiar la función de la Medicina». Esta nueva amenaza nace de un escenario concreto, que es «el odio a Dios, algo que viene del marxismo, del nazismo y del nihilismo», y que tiene su expresión en la llamada revolución sexual. Ésta, según el doctor Rodríguez Martín, «es la más sutil de todas las ideologías, pero también la más violenta y mortífera, ya que, al quitar el amor, la sexualidad se deshumaniza y se desnaturaliza. Al final, al romper con Dios, se violenta al hombre». Todo ello tiene como consecuencia la llamada cultura de la muerte, que —advirtió— «no comienza con la permisividad hacia el aborto, sino con la misma anticoncepción».
En la misma mesa redonda, el jurista don Rafael Navarro-Valls subrayó que la objeción de conciencia «no es un delirio religioso, ni un subproducto jurídico, ni una especie de ilegalidad consentida, sino la manifestación de un derecho fundamental que está en el corazón de las democracias». Asimismo, dejó bien claro cómo el anhelo de justicia es algo que está inscrito en la propia naturaleza humana, en la conciencia de cada hombre.
La expresión más destructiva de la revolución sexual es la ideología de género, cuyos perniciosos efectos pasan a veces desapercibidos.
Una ideología letal
Para la profesora Consuelo Martínez-Sicluna, de la Universidad Complutense de Madrid, la ideología de género «es descaradamente marxista, ya que interpreta en términos de enfrentamiento y de lucha de poder la relación entre varones y mujeres». Para la ideología de género, «la maternidad supone asumir riesgos económicos y emocionales», por lo que las mujeres invierten su vida «en una vida laboral intensa». Y la familia, claro, se resiente, al igual que la propia mujer: «La familia —explicó— es vista como un lugar de confrontación, está bajo sospecha. Para cambiar la sociedad necesitan destruir a la familia y provocar conflictos entre sus miembros. Por ejemplo, el Estado vela por las decisiones de las menores en asuntos como la píldora del día después». También asistimos a «la supresión del padre», y a la extensión de la idea de que «el hombre, por definición, es malo».
También alertó sobre los peligros que puede traer la ideología de género en el futuro: «Todavía quedan pasos por dar en este sentido, la revolución sexual no está acabada. Por ejemplo, de aquí a la pederastia tolerada sólo hace falta un poco más de conformismo y de aceptación generalizada».
Para Ángela Aparisi, de la Universidad de Navarra, esta ideología «parte de la concepción de que la religión ha sido un obstáculo para la plena autonomía de las mujeres. Por eso dirige sus ataques a toda la tradición judeocristiana, y en concreto hacia todo lo católico. Considera que el hecho de que un matrimonio sea entre personas de distinto sexo es una imposición del cristianismo. Se trata de un planteamiento totalmente ateo».
No es hora de quejarse ni de lamentarse. Está en nuestras manos cambiar las cosas e influir en el ambiente que nos rodea. El coordinador de Catholic Voices en Reino Unido, Austen Ivereigh, constató que el derecho a la libertad religiosa, en algunas sociedades occidentales, «no existe, y en la mayoría ocupa un lugar secundario». Sin embargo, señaló que éste es, precisamente, el momento de los católicos para influir con fuerza en la sociedad. Así, destacó que el humanismo católico es «una auténtica alternativa a las ideologías estrechas de izquierdas y de derechas, que carecen de una visión adecuada del bien común». Por eso, «es un momento emocionante y propicio para que los católicos ocupen su lugar en el debate público sobre el matrimonio homosexual, la eutanasia, la desigualdad social, el capitalismo salvaje… Los católicos estamos preparados de manera excepcional para ello, ya que somos capaces de juzgar los efectos negativos detrás de un mercado desfrenado y deshumanizante. En nuestras parroquias y comunidades, tenemos mecanismos inigualables de integración social y recaudación de capital social, del que dependen especialmente los que carecen de otras riquezas. ¿Cómo no vamos a estar presentes en la vida pública?».