El nuevo cisma de Oriente
«Con gran dolor nuestro los miembros del Santo Sínodo han considerado imposible seguir estando en comunión eucarística con el Patriarcado de Constantinopla». El 15 de octubre de 2018, el Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa rusa decidió romper con el Patriarcado ecuménico de Constantinopla. Entre los motivos, su declaración enumera el admitir en la comunión a «cismáticos», interferir en una región que canónicamente pertenece a otra Iglesia y «rechazar decisiones y compromisos históricos».
Así reaccionaba Moscú al anuncio de Constantinopla del 11 de octubre, de que procederá a conceder la autocefalia a la Iglesia de Ucrania, hasta ahora dependiente de la Iglesia ortodoxa rusa. El Sagrado Sínodo, presidido por Bartolomé I, revocó el vínculo jurídico que, en 1686, de modo temporal, «por las circunstancias de la época», había reconocido «el derecho del patriarca de Moscú a ordenar al metropolitano de Kiev». La nueva decisión establece «su dependencia canónica de la Iglesia Madre de Constantinopla». Además, se devuelve la dignidad episcopal a Filaret Denisenko y Macarius Maletitch, líderes de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Kiev y de la Iglesia ortodoxa autocéfala ucraniana. Estas Iglesias, cismáticas pero «no por motivos dogmáticos», quedan readmitidas en la ortodoxia. Las claves de la ruptura hay que buscarlas más en motivos políticos y de históricas disputas territoriales.
Un poco de historia
Desde la conversión al cristianismo de la antigua Rus –cuna de Rusia, Bielorrusia y Ucrania– en 988, Kiev fue sede metropolitana del Patriarcado de Constantinopla. En 1448, la crecientemente poderosa Moscú se proclama unilateralmente autocéfala, cuando según los cánones solo el patriarca de Constantinopla tiene derecho a hacerlo. «¡Jamás se ha dado un tomos [decreto] de autocefalia a la Iglesia ortodoxa en Rusia! En los años 1589-1590, el patriarca ecuménico Jeremías II simplemente normalizó la situación, dejando claro que al jerarca de Moscú le estaba permitido “llamarse patriarca a condición de que conmemorase al patriarca ecuménico y que considerase a este como su jefe y primero”», subrayó recientemente el arzobispo ortodoxo Job de Telmesos, miembro de la Comisión mixta católico-ortodoxa.
En 1686, enviados del zar convencieron al sultán otomano para que obligara al patriarca de Constantinopla a conceder al de Moscú, solo temporalmente, el derecho de ordenar al obispo metropolitano de Kiev. De facto, la Rus de Kiev fue sometida a Moscú.
Tras la disolución de la URSS, el Sínodo de la Iglesia ortodoxa ucraniana decide en 1991 establecer su autocefalia conforme al 34º canon ortodoxo apostólico, que determina que la independencia política debe conllevar la eclesiástica. Moscú no acepta esta decisión y destituye a su arzobispo en Kiev, Filaret. A partir de entontes podemos hablar de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú y la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Kiev. Una tercera, la minoritaria Iglesia ortodoxa autocéfala ucraniana, nació de forma unilateral y no reconocida en 1919, cuando Ucrania luchaba por su independencia.
En 1997 el Patriarcado de Moscú excomulgó a Filaret y a todos los obispos del Patriarcado de Kiev. Constantinopla lo sancionó, por lo que tanto este Patriarcado como la Iglesia autocéfala eran cismáticas.
La situación ha cambiado en los últimos años. La anexión rusa de Crimea, la guerra en Dombás y el imperialismo del presidente Putin han fortalecido sentimientos antirrusos y los esfuerzos por tener una Iglesia ortodoxa no dependiente de Rusia. Así lo solicitaron a Constantinopla, a comienzos de año, las autoridades ucranianas junto con los obispos de esas Iglesias separadas.
Como en 1054
La consecuencia más dolorosa de lo ocurrido es la ruptura total entre Moscú y Constantinopla; un grave cisma que algunos comparan con el de Roma y Constantinopla del año 1054. Por otra parte, la concesión de la autocefalia a la Iglesia ortodoxa de Ucrania tiene elementos positivos: millones de fieles vuelven a la plena comunión con la ortodoxia, y se reconoce el derecho del pueblo ucraniano a tener una Iglesia autocéfala, legítimamente concedida.
Para la Iglesia ortodoxa rusa significa una pérdida importante de fieles, que hará que pase del primer al tercer lugar entre las Iglesias ortodoxas, por detrás precisamente de Ucrania y de Rumanía. Su posición quedaría muy debilitada en el mundo ortodoxo. Moscú se autodenomina «la tercera Roma» pero, como explicaba el arzobispo Job de Telmessos, esto «no es ni una doctrina eclesiológica ni prerrogativa del derecho canónico»; sino, más bien, un «mito inventado a principios del siglo XVI. La historia de la Iglesia ortodoxa conoce solamente la antigua Roma y la nueva, Constantinopla».
Inquietan las declaraciones del presidente Putin, que dice que va a defender los derechos de los ortodoxos. El 19 de octubre, el Papa recibió al metropolita Hilarión, director del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú. «Espero poder hablar con él sobre la situación que estamos viviendo», declaró el prelado ortodoxo. Sin embargo, el cristianismo llegó a Moscú desde Kiev y no al revés. Al contrario, llenan de esperanza las voces del mundo ortodoxo llamando a la concordia. Nadie quiere una nueva división.