El misterio de la llamada - Alfa y Omega

El misterio de la llamada

Domingo de la 3ª semana del tiempo ordinario / Mateo 4, 12-23

Juan Antonio Ruiz Rodrigo
La llamada de san Pedro y san Andrés de Giovanni Battista Viola. Princeton University Art Museum (Estados Unidos).

Evangelio: Mateo 4, 12-23

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».

Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Pasando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Comentario

El Evangelio de este III domingo del tiempo ordinario presenta el comienzo de la misión de Jesús. Ahora empieza su predicación. Dice el evangelista que se cumplió así lo que había dicho el profeta Isaías, citándolo literalmente. Mateo da por supuesto que la intención de Jesús es situarse en Galilea, y en la Galilea de los gentiles. Ha comenzado la misión universal.

Esta misión tiene un eje, que literalmente será una continuidad con el Bautista (cf. Mt 3, 2). Jesús, al igual que Juan, comenzó a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos». La terminología es la misma. La urgencia es todavía mayor. Pero hay una diferencia importante con el Bautista, porque el Reino que espera Juan es un Reino con un matiz judicial, intensamente condenatorio, siguiendo toda la tradición del Día del Señor en los profetas.

Sin embargo, el Reino de Dios que predicará Jesús será el Reino del Padre, el Reino de la misericordia, donde ciertamente es posible la condenación, porque la libertad humana es intocable. Pero no es ese el sentido del Reino. En todo caso esa posible condenación no será querida y no vendrá por el Reino. Al contrario, el Reino llegará evitando condenas y ofreciendo misericordia. E inmediatamente después aparece la llamada de las dos parejas de hermanos: de Andrés y Pedro y de Santiago y Juan. Es significativo cómo apenas empezada la misión, la predicación del Reino va unida a la llamada. Esta es una característica de esa predicación de Jesús: no es un Reino de amenaza, sino un Reino de llamada. Jesús empieza a llamar por el nombre. Es un Reino personalizador, donde la persona es el centro, el eje, el objetivo. No es un Reino abstracto, de dominio. Es el Reino donde todos caben, donde todos están llamados. Es un Reino de personas.

Es impresionante contemplar en esta página evangélica cómo la llamada acontece mientras esos pescadores están trabajando, cuando están echando el copo en el lago o están repasando las redes. No están dispersos, sino que se encuentran ocupados en su pequeña empresa familiar. Están trabajando, haciendo algo que merece la pena. Entonces ahí acontece la llamada.

Recordemos el pasaje del joven rico (cf. Mt 19, 16-26), y veamos cómo la llamada no es para ricos. Aquel joven quería acercarse a Jesús, pero, cuando Él le propone de verdad un seguimiento, el rico se marcha, causando una tristeza intensa a Jesús. ¿El Señor tenía planes especiales para este joven? ¿Habría terminado siendo un gran apóstol? Sin embargo, su vocación se frustró no en aquel momento, sino en toda la etapa anterior. Estaba acostumbrado a vivir muy bien y a hacer lo que quería, a no tener necesidades porque las tenía todas cubiertas. ¿Cabe en esta situación la vocación? Sí, porque Dios es capaz de tumbar del caballo y de abrir agujeros en el muro más denso y fuerte. Pero normalmente Dios no actúa así, sino que se mete suave, discreta y respetuosamente en el proceso de la vida. Y al que le responde sí un día le hace una propuesta mayor al otro día.

Andrés, Pedro, Santiago y Juan eran jóvenes acostumbrados al esfuerzo y al sacrificio, trabajando en el oficio de sus padres, echando la red en el lago o remendándola en la orilla. También hoy Dios está llamando. En el fondo de este abandono de la fe está el problema del joven rico. Cuando no se necesita a Dios, y es la ciencia, y la política, y la economía las que mueven todo, vienen después los malos tiempos y se hunden. El joven rico en el fondo no necesita a Dios. Y cuando va a preguntarle a Jesús acerca de lo que debía hacer para heredar la vida eterna esa pregunta está en realidad vacía, porque no necesita al Señor. Lo que quiere, sin saberlo, es un nuevo título de riqueza.

¡Qué importante es la vocación! Dios llama internamente —a través de mociones y sugerencias— y externamente por medio de la Iglesia. Y un verdadero cristiano, ¿cómo no se va a plantear esto? ¿Cómo no le va a doler que las comunidades no tengan un pastor? ¿Cómo no puede estar dispuesto a decirle al Señor: «Aquí estoy», pero «dame primero lo que me pides y luego ya pídeme lo que quieras», porque en otro caso no es posible. Recemos de verdad y de corazón, con mucha esperanza, porque Dios sigue ilusionando el corazón de muchos jóvenes para responder con valentía y generosidad a su llamada.