El atractivo de Jesús - Alfa y Omega

El atractivo de Jesús

Jueves de la 2ª semana del tiempo ordinario / Marcos 3, 7-12

Carlos Pérez Laporta
Jesús enseña a la gente junto al mar. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York (Estados Unidos).

Evangelio: Marcos 3, 7-12

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea.

Al enterarse de las cosas que hacia, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón.

Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío.

Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.

Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban:

«Tú eres el Hijo de Dios».

Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

Comentario

«Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente» de todas partes. Hasta el punto de que Jesús «encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío». ¿Puede suceder eso aún hoy? ¿Puede Cristo y todo lo que de Él viene llamar tan poderosamente la atención y de tanta gente? ¿Qué es lo que le hacía tan atractivo?

Diremos, en parte también para calmarnos, que toda aquella atracción en casi todos los casos acabó en nada: casi todos le fueron abandonando en la medida en que aquel atractivo implicó dificultades serias para la vida de sus seguidores. Pero eso no niega el atractivo, niega la capacidad de muchos de comprometerse con aquello que ha sido esencial para ellos. Pero no el atractivo. Como nosotros, que tantas veces somos infieles a aquello que constituye un bien esencial de nuestra vida, pero nunca nos atreveríamos a negarlo. Como nosotros, que tantas veces abandonamos al Señor. Pero el atractivo que genera en nosotros es innegable. ¿Puede hoy para todos nuestros hermanos ser igual de atractivo Cristo?

Él sí. Solo Él puede ser tan atractivo. El cristianismo puede ser atractivo, por los bienes que reporta. Pero nunca tanto, y nunca de manera tan decisiva. Las normas, las verdades, los valores y costumbres… nunca llegarán a tener el poderoso atractivo de nuestro Señor Jesucristo. Solo si Él vive entre nosotros y con nosotros, los hombres vendrán a Él.