Es nuestro Señor que nos escoge - Alfa y Omega

Es nuestro Señor que nos escoge

Viernes de la 2ª semana del tiempo ordinario / Marcos 3, 13-19

Carlos Pérez Laporta
Elección de los 12 apóstoles. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Marcos 3, 13-19

En aquel tiempo, Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso y se fueron con él.

E instituyo doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios:

Simón, a quien puso el nombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo y Juan, el hermano de Santiago, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges, es decir, los hijos del trueno, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el de Caná y Judas Iscariote, el que lo entregó.

Comentario

Jesús «llamó a los que quiso y se fueron con Él». El verbo que usa Marcos en este Evangelio remite a la voluntad y al deseo de Jesús. Fue Él que escogió a estos, a los que Él quiso. Es nuestro Señor que nos escoge. ¿Por qué? Porque Él quiere. Sobre nosotros, y ante nosotros, está el misterio umbroso de su voluntad.

Cuando tratamos de buscar razones que expliquen su intención, intentamos en el fondo racionalizar en exceso su voluntad. Cuando lo remitimos a nuestros vicios o virtudes, y al plan de salvación, tratamos de reducirlo también a la utilidad. Su voluntad también consiste en eso, claro: seguro que Jesús tenía razones y contempla la utilidad que cada uno puede reportar a su plan de salvación.

Pero su deseo, su voluntad, está también más allá de todo eso. Él pretendía que «estuvieran con Él»; también «para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios». Pero, primero —siempre primero, siempre antes, como conditio sine qua non del resto de sus acciones— para que «estuvieran con Él». Dios nos escoge para estar con nosotros, cuando estemos con Él. Esa verdad es más amplia que cualquier razón o cualquier utilidad. Nos quiso para sí, y solo así podremos ser para el resto.

Solo si somos realmente suyos, si le pertenecemos, de tal manera que también Él llegue a ser nuestro, a pertenecernos, tendremos la palabra y la autoridad. Si no somos suyos, por encima de nuestros vicios y virtudes, antes de cualquier acción, nada nos valdrá la pena. Lo hermoso del servicio a nuestro Señor, allí donde cada uno esté llamado, es esa pertenencia mutua. Yo soy de mi Amado y mi Amado es mío.