Hay libros que ayudan a entender la realidad, las verdades de fe, la experiencia cristiana, el patrimonio de la tradición cristiana. Hay libros que, cuando el lector concluye su lectura, producen la sensación de haber contribuido significativamente al descubrimiento de un mundo hasta ese momento inexplorado, alimento de posteriores reflexiones, conversaciones, inquietudes e investigaciones. Éste es uno de ellos.
En no pocas ocasiones oí al llorado y recordado monseñor Eugenio Romero Pose hablar del aprecio del cristianismo por la carne, el cuerpo, según la teología de san Ireneo. A esta cuestión le dedicó no pocos artículos para desactivar pasiones corporales infundadas, falsos gnosticismos, espiritualidades erráticas e ideologías corporales dominantes basadas en equivocadas concepciones sobre el cuerpo. Sin embargo, hasta que no he leído este libro no he entendido el alcance de aquellas palabras. Tertuliano habló del aprecio de Dios por la carne, que es «la obra de sus manos, la cura de su ingenio, el receptáculo de su soplo, la reina de su creación, la heredera de su prodigalidad, la sacerdotisa de su religión, el soldado de su testimonio, la hermana de su Cristo», y también dijo que era «el quicio o (eje) de salvación».
Con un lenguaje claro, con una utilización constante de las fuentes de la tradición y del magisterio, con una argumentación que permite palpar el curso de lo que se quiere sostener a modo de tesis descriptiva, el autor, teólogo de factura romana y miembro del esperanzador Instituto de los Discípulos de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, nos conduce hacia el fascinante descubrimiento de la teología de la carne, del cuerpo, hacia una historia del salvación en estricta sintonía con el magisterio pontificio, especialmente con el de Juan Pablo II. En no pocas ocasiones, hemos oído o leído que el cristianismo es enemigo del cuerpo y que el cuerpo es enemigo del alma. No hace falta leer a Michel Foucault ni a Anthony Gidenns para saber que hay quienes afirman que el cuerpo es un medio por el cual la vida privada de los individuos se sujeta a la opresión del Estado controlador, o que el cuerpo es la posibilidad de una liberación autónoma, condición del proyecto de liberación múltiple. La revolución del mayo del 68 fue, en gran medida, la revolución del cuerpo. Sin embargo, el cuerpo es la condición de apertura del hombre al mundo y al resto de los hombres, y a Dios; refleja la imagen de Dios. Jesús es la imagen preexistente del Padre, según la cual el hombre ha sido formado al principio. Y esa imagen se revela en la Encarnación, cuando, como diría san Ireneo, «hecho en persona lo que era su imagen fijó establemente la similitud».
Como dice el cardenal Angelo Scola, en el prólogo de este libro, «la Iglesia, tachada normalmente de ser enemiga del cuerpo, termina convirtiéndose en su aliada más poderosa. Pues, en efecto, no hay nada más opuesto al Dios cristiano y al Dios de la Biblia que una religiosidad espiritualoide y abstracta, que no toma en serio el método de la encarnación con que la misma Trinidad ha querido comunicarse a nosotros en Jesucristo».
José Granados
Monte Carmelo-Col. Didáskalos
2012
244
15,50 €