Miles de personas de las diócesis de Loikaw y Pekhon están huyendo mientras la Junta Militar continúa los ataques aéreos, el fuego de artillería y la lucha en la localidad de Hpruso, en el estado de Kayah (o Karenni), al este de Myanmar. Al menos dos tercios de la población, de unos 50.000 habitantes, huyeron de sus hogares, aseguran los grupos de ayuda local.
El remoto y montañoso estado de Kayah es un bastión del catolicismo en este país de mayoría budista. Allí, de sus 355.000 habitantes, 90.000 son católicos. Al menos 15 parroquias de la diócesis de Loikaw se han visto gravemente afectadas por el conflicto, que también ha desplazado a 100.000 personas de la zona. Otras parroquias han quedado abandonadas. El clero, las religiosas y los feligreses han huido a raíz de los intensos combates que se están produciendo desde la primera semana de enero. En Pekhon, el año pasado también sufrieron daños una iglesia y un santuario mariano.
El 16 de enero, el régimen utilizó cazas para atacar Nam Maekhong, al oeste de Demawso, donde muchos desplazados internos habían buscado refugio. Dos chicas de 12 y 15 años y un hombre de 52 murieron en el ataque. Los que se quedaron en el campo tienen miedo del siguiente bombardeo. Otros huyeron de nuevo para buscar un lugar seguro.
En todo Kayah, la Iglesia católica está ayudando a evacuar y dar un techo a miles de personas. «Aquí hace mucho frío, y los niños necesitan ropa de abrigo. La mayoría no tiene vaqueros cálidos, solo pantalones cortos de deporte», comentaba una mujer ante los medios. El canciller de la diócesis de Loikaw, el padre Francis Soe Naing, me decía que estaban «ayudando a la gente de algunas parroquias a mudarse de sus casas al complejo eclesial. Algunos han organizado ellos mismos el irse». De hecho, «como la situación empeora, cada día vemos a más personas recoger sus pertenencias y marcharse en motocicleta o en coche a zonas más seguras».
Pero para ellos no hay lugar seguro. Consciente de ello, cuando oyó el ruido de los aviones, las bombas y los disparos, un niño pequeño de Pekhon, al que pueden ver en la imagen, fue corriendo a acuclillarse dentro del pequeño santuario que tienen en casa todas las familias católicas birmanas. Fue una decisión sencilla de fe en Dios. Nuestras vidas nunca estarán seguras a menos que nos refugiemos en su presencia.