Una comunidad viva que crece - Alfa y Omega

Myanmar es un país de mayoría budista. El cristianismo es una religión minoritaria, con solo 700.000 católicos. Sin embargo, esta comunidad cristiana viva y joven sigue creciendo en número. Y en medio de muchas dificultades el país sigue siendo bendecido con vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa.

Cuatro novicias birmanas hicieron sus votos en la congregación de San José de la Aparición, el 17 de junio en Manila (Filipinas). Con ellas, el total de religiosas nativas birmanas en esta orden es de 232. En el país tienen 35 conventos, donde sirven en distintos ministerios: centros para pacientes con sida, orfanatos, internados para niños desplazados y hogares para ancianos.

Un día antes, también en Filipinas, ordenaron sacerdote al primer claretiano de Myanmar, Francisco Saw Jimmy Htwe. Jimmy Htwe, de 35 años, pertenece a la comunidad étnica sgaw karen. Nació en una familia baptista y, de hecho, sus padres y cuatro de sus hermanos siguen siéndolo. Sin embargo, le han animado en su vocación al sacerdocio. Entró en los claretianos en Filipinas, y fue ahí donde hizo el noviciado y el seminario. Recordando estas etapas de su formación, el neopresbítero decía que «como converso de una comunidad baptista, el viaje no ha sido fácil. Pero Dios me ha mostrado el camino, paso a paso».

En Myanmar, las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa están en ascenso, y son suficientes para cubrir las necesidades de la Iglesia dentro y fuera del país. Al año hay cuatro o cinco ordenaciones en cada diócesis.

Desde hace casi año y medio, el pueblo de Myanmar está sufriendo una triple crisis, con los golpes de la COVID-19, el golpe de Estado y el consiguiente conflicto. A las ejecuciones extrajudiciales se suma que el 25 de julio los medios estatales publicaron que se habían ejecutado cuatro condenas a muerte. Phyo Zeya Thaw, exmiembro de la Liga Nacional para la Democracia; el activista Kyaw Min Yu, y otros dos hombres, Hla Myo Aung yAung Thura Zaw, fueron las víctimas de la primera ejecución en décadas, una escalada atroz en la represión estatal.

Como ha recordado el cardenal Bo, de Rangún, la Iglesia vuelve a sufrir en el calvario, con muchas iglesias bombardeadas y profanadas, y tanto sacerdotes como laicos detenidos, torturados y muertos. Un representante del Gobierno de Unidad Nacional dijo que, solo en mayo, los militares habían quemado y destruido más de 7.000 hogares, iglesias y otros lugares de culto. Afirmó que, además, están «usando el hambre y la pobreza como armas» contra los fieles en los estados con mayoría cristiana.

Resultan ciertas las palabras de un sacerdote misionero: la Iglesia en Myanmar está afrontando una hora de confesión de la fe, de testimonio valiente y de martirio.