El homenaje de leer sus obras - Alfa y Omega
Canto de Dante, relieve del escultor Timothy Schmalz. Foto cedida por Timothy Schmalz.

El año 2021 ha incluido dos aniversarios extraordinarios: 700 años de la muerte de Dante y 200 años del nacimiento de Dostoyevski. Dos autores que concibieron su obra como un diálogo permanente con Dios. Dante escribió su Comedia para reflejar su viaje interior hacia la perfección espiritual. Su poema posee un inequívoco significado teológico, pero también es una de las cumbres del italiano, un idioma que contribuyó a forjar con su estrofa de tres versos endecasílabos en lengua toscana. Comedia y no tragedia, porque tiene un final feliz: el encuentro con Beatriz en el paraíso. La obra puede leerse desde la perspectiva de la fe, pero no es menos interesante su dimensión antropológica e histórica. Dante describe magistralmente las pasiones humanas. No es un juez severo, si tenemos en cuenta la mentalidad de la época. Salpicada de personajes históricos, la Comedia muestra la lucha por el poder y la gloria, los dos ídolos ante los que se inclina la vanidad humana, olvidando virtudes esenciales como la fe y la caridad. Boccaccio no se equivocó al calificar de «divino» el monumental poema de Dante, uno de esos libros que nunca se agotan, pues arrastran las interpretaciones de cada etapa histórica.

Dostoyevski nos dejó novelas tan asombrosas como Crimen y castigo, El idiota, o Los demonios. No fue un novelista primoroso, como Tolstoi, con sus arquitecturas equilibradas, pero sí un autor de gran intensidad que bajó a las catacumbas de la condición humana, explorando la culpa, el pecado, la redención o la expiación. Siempre manifestó su amor a Cristo, el faro que le sirvió de guía en su lucha contra el demonio. Ludópata, epiléptico e inestable, sus años de confinamiento en Siberia le acercaron definitivamente al Evangelio. No fue un moralista intransigente, sino un espíritu que asoció el bien a la compasión y la ternura.

Este año también ha sido el año de Pardo Bazán, Paul Valéry y Flaubert. No se me ocurre mejor homenaje que leer sus obras. Nos acercan al bien, la verdad y la belleza y, lo que no es menos importante, nos ayudan a esclarecer el misterio del mal.

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