El don de la creatividad - Alfa y Omega

Algunas de nuestras jóvenes iraquíes son muy dotadas para la pintura, y en sus casas se dedican a diseñar, siguiendo su creatividad. Un día Maria Grazia, una joven consagrada laica, nos visitó junto con nuestro obispo. Nos habló de un curso que acababa de ofrecer sobre los iconos, y le pedimos si podía ofrecer ese mismo curso a algunas de nuestras jóvenes.

El curso duró cinco días. Cada mañana empezábamos con la oración y concluíamos con ella. Entre otras cosas, Grazia nos decía que «el icono se escribe, no se dibuja, porque el icono es escribir la Palabra de Dios con los colores, con las imágenes». El icono no es una pintura. Tiene que ser pequeño, porque nació para ser transportado durante las procesiones, para ser venerado o para tenerlo en casa en el lugar donde la familia se reúne a rezar.

El iconógrafo es aquel que escribe la Palabra. Sus tres características son la paciencia, la humildad y la oración. La paciencia porque al usar solo elementos naturales se necesita tiempo para acabar la obra. Humildad porque, a diferencia de los grandes, no pone nunca su firma, sino que presta su mano para que el Creador pueda ser manifestado en toda la creación. La oración, porque se vuelve instrumento para que otros puedan ponerse en relación con Dios.

El primer día fue un poco caótico, pues las jóvenes deseaban ver el rostro de Jesús casi acabado. Para ellas hacer silencio era casi imposible. ¡Tenían tantas cosas que decirse! Pero Maria Grazia nos fue llevando de la mano para entrar en el silencio y en la oración, y así ir escribiendo nuestro propio icono. Ya a partir de la mitad del segundo día fueron entrando poco a poco en diálogo con su creación.

Casi inconscientemente, cada una de nosotras le fuimos dando una parte nuestra y de nuestra experiencia de Dios. Así que en el icono, rostro de Cristo, podíamos ver el rostro de cada una de nosotras. Alguno tenía los ojos muy grandes, otro los tenía casi cerrados. En algunos la mirada era muy seria, mientras que en otros era más dulce.

Es imposible describir la alegría cuando mirábamos las obras acabadas. Creo que todas sentíamos que eran obra Suya. Las invitamos a ponerlo en casa, pero no los hemos bendecido a causa del segundo confinamiento.

Esta tradición nació en el corazón de Anatolia, precisamente donde nos encontramos compartiendo con nuestra comunidad cristiana iraquí.