El deseo de maternidad - Alfa y Omega

Los medios se han hecho eco estos días de la maternidad por gestación subrogada de Ana García Obregón a través de un contrato oneroso por el cual una mujer había consentido en quedarse embarazada con el compromiso de entregar la recién nacida a la celebrity. El debate ha quedado servido y no son pocos los que han reivindicado su derecho a ser madre. No son pocos los casos que se conocen de personas o parejas que, invocando tal derecho, se van a EE. UU., Rusia o Ucrania, donde está permitida la gestación por sustitución. Hay países donde nada dicen sus ordenamientos y otros donde se prohíbe, como en Francia, Italia o España. En nuestro país, la ley sobre técnicas de reproducción humana asistida considera nulos de pleno derecho todos los contratos por los que se convenga la gestación —con o sin precio— a cargo de una mujer que renuncia a la filiación materna a favor de la contratante. La Dirección General de los Registros y del Notariado ha abierto la puerta a la inscripción en España de niños resultado de esta práctica en otros países, siempre y cuando exista resolución judicial que acredite la filiación del menor —esto es lo que probablemente termine ocurriendo en el caso Obregón—.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos se pronunció acerca de una pareja italiana que había recurrido a un vientre de alquiler en Rusia y las autoridades italianas denegaron su inscripción, argumentando que no eran los padres biológicos. El Tribunal sentenció, en favor del Estado italiano, que no existe un derecho a ser padre, sino un mero deseo. No se trata de juzgar el deseo de nadie y es absolutamente respetable el sufrimiento de personas o parejas que no pueden llevar a cabo su proyecto familiar. El problema es que convertir lo que deseamos en un derecho modifica la propia esencia y naturaleza del deseo, que pertenece al gobierno interno de cada individuo. Un deseo puede consumarse o no, incluso puede acabar cumpliéndose de otra forma. El derecho, sin embargo, tiene implicaciones sobre terceras personas por cuanto implica la obligación de otro de proveer, con el fruto de su esfuerzo propio, lo necesario para satisfacerlo. Y en este caso, lo que se provee es nada menos que un ser humano.