El coronavirus introduce los ordenadores en las cárceles - Alfa y Omega

El coronavirus introduce los ordenadores en las cárceles

La Conferencia Episcopal Española celebra unas jornadas sobre los efectos de la pandemia en las prisiones. El gran cambio ha llegado por la conexión de los centros con el exterior

José Calderero de Aldecoa
La Pastoral Penitenciaria de Jaén, con Cejudo al mando, impartió cursos ‘online’. Foto: Pastoral Penitenciaria de Jaén.

Con una población carcelaria cercana a las 55.000 personas, la entrada de la COVID-19 en las prisiones españolas «hubiera sido una debacle», asegura Florencio Roselló, responsable del Departamento de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española. Un contagio masivo «habría tenido consecuencias terribles, porque hay muchos internos con patologías previas».

Esto hizo que se impusiera un aislamiento total de todos los centros penitenciarios con el exterior durante la primera ola de la pandemia, y que la relajación de las medidas debido a la evolución favorable de la situación sanitaria haya ido siempre varios pasos por detrás en el mundo penitenciario con respecto a la sociedad. Aún hoy, cuando la sexta ola parece dar sus últimos coletazos, continúan siendo prudentes: «Desde principios de diciembre hasta ahora en muchas prisiones no ha entrado absolutamente nadie. Solo podían acceder los funcionarios de vigilancia y los trabajadores de la propia Administración», revela Roselló, responsable de una pastoral que en época precovid contaba con 1.600 voluntarios –es la entidad con más presencia dentro de las prisiones–.

El cerrojazo «ha sido duro para nosotros», reconoce, «pero mucho más lo ha sido para los presos, que se han visto privados de cosas tan básicas como la comunicación con sus familias o la posibilidad de salir de permiso». Un recorte de derechos que, en otras partes del mundo, «ha provocado motines e incluso muertos», pero que en España, «aunque hubo algún conato, la reacción ha sido, en general, muy positiva».

El esfuerzo ha merecido la pena: «La pandemia ha afectado cuatro o cinco veces menos en las cárceles que en el resto de la sociedad», apunta Roselló. Esto se ha notado incluso en el número de fallecimientos: «Han fallecido nueve presos, todos con patologías previas, y cinco o seis funcionarios».

«Los presos se han visto privados de cosas tan básicas como el contacto con sus familiares»
Florencio Roselló
Responsable de Pastoral Penitenciaria de la CEE

En la contención del virus destacó la contribución de la Pastoral Penitenciaria, que se tuvo que reinventar al no poder acceder al interior de las prisiones. En Jerez «elaboramos las primeras mascarillas que se pusieron los funcionarios y también los presos», explica Paco Muñoz Varela, capellán del Centro Penitenciario Puerto I, II y III y delegado de la Pastoral Penitenciaria de la diócesis jerezana. Hicieron cerca de 4.000 mascarillas –del total de 20.000 que la pastoral de toda España logró introducir en las cárceles–. «Montamos cuatro talleres en distintos pueblos. Varios grupos de fieles, y también no creyentes, cosían las mascarillas. Incluso se sumaron algunos monasterios de clausura». Todo ello sin salir de casa, gracias a que «Protección Civil nos movía los distintos materiales».

Además de la contención del virus, uno de los grandes cambios que se están produciendo en las cárceles españolas a raíz de la COVID-19 –analizados por el Departamento de Pastoral Penitenciaria de la CEE en unas jornadas que se celebran entre el 9 y el 10 de marzo– tiene que ver con el mundo online. Con las visitas limitadas, «se están habilitando espacios en cada prisión para que los presos puedan, por ejemplo, contactar con sus familiares por videoconferencia», lo que también ayuda a los internos a manejar una tecnología que cada vez está más presente en todos los ámbitos de la sociedad.

Una de las pioneras en este campo ha sido la Delegación de Pastoral Penitenciaria de Jaén, que, a pesar del cierre de las prisiones, logró continuar impartiendo los talleres habituales a los internos gracias a la plataforma Zoom. «Estuvimos pensando cómo seguir cerca de  los internos y lo único que se nos ocurrió fue hacerlo de forma online, lo que además representaba un reto para la delegación, porque en la prisión no hay internet», asegura el delegado, José Luis Cejudo, que tiene 80 años. Tras la aprobación de la dirección del centro, se pusieron manos a obra. «Los voluntarios daban el curso a través de su ordenador y en la prisión tenían un móvil con conexión a internet que proyectaba la imagen en un televisor», resume el delegado. De esta forma, los internos pudieron seguir disfrutando de los cursos de inteligencia emocional, de conocimiento del medio, de Biblia o de educación afectivo-sexual.