El cardenal arzobispo de Madrid ante la JMJ Madrid 2011. Epifanía de la juventud de la Iglesia
Firmes en la fe es el título de la Carta que presenta el Plan pastoral del próximo curso, firmada el 15 de junio de 2010, fiesta de la Dedicación de la Catedral de la Almudena, que, como preparación de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011, ha escrito el cardenal arzobispo de Madrid. Comienza con el texto paulino, clave de la Jornada: Puesto que habéis recibido a Cristo Jesús, el Señor, caminad en Él, arraigados y edificados en Él, firmes en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en agradecimiento

El curso pastoral 2010-2011 marcará a nuestra diócesis con un acontecimiento de especial trascendencia para toda la Iglesia católica: la Jornada Mundial de la Juventud, que presidirá el Santo Padre Benedicto XVI. La diócesis de Madrid se convertirá, durante los días 16 al 21 de agosto del año 2011, en la sede de la catolicidad con la presencia del sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra. Madrid será una auténtica fiesta de la familia de los hijos de Dios, llamada a abrir las puertas de sus hogares, comunidades parroquiales, movimientos e instituciones de la Iglesia, a los jóvenes procedentes de todos los países del mundo que vendrán a la capital de España para celebrar un renovado encuentro con Cristo.
Esta imagen de la Iglesia, familia de Dios, que acogerá a los peregrinos como si se tratara del mismo Cristo, debe ayudarnos a vivir como comunidad diocesana durante todo el curso pastoral. Los dos cursos anteriores hemos centrado nuestro interés pastoral en la familia, comunidad de vida y de amor, lugar de crecimiento en la fe y en la vida cristiana. La Jornada de la Juventud no nos aparta del afán por evangelizar la familia y situarla en el centro de nuestras prioridades pastorales. Aunque este año el Plan Diocesano de Pastoral se centre en la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud y sitúe, por tanto, a los jóvenes en el centro de nuestra atención pastoral, queremos hacerlo sin perder de vista a la familia, a cada familia, que constituye la célula básica de la comunidad diocesana, entendida como comunidad de familias.
Acontecimiento evangelizador
Desde que el Venerable Juan Pablo II instituyera las Jornadas Mundiales de la Juventud como un cauce para que los jóvenes del mundo entero se uniesen para confesar y vivir su fe en Jesucristo, los frutos evangelizadores de estos encuentros son indiscutibles. Quienes han participado en ellos son testigos de la capacidad que tienen para fortalecer la fe en Cristo como Hijo de Dios y para renovar la conciencia de pertenecer a la Iglesia, Cuerpo de Cristo. La razón de esto es sencilla: confesar la fe en Cristo es inseparable de la experiencia de comunión eclesial que genera el mismo encuentro con Él. Sólo por esto, las Jornadas de la Juventud son acontecimientos evangelizadores, una especie de epifanía de la juventud de la Iglesia que muestra su dinamismo y testifica la actualidad del mensaje de Cristo.

Otro elemento evangelizador de las Jornadas es su carácter festivo. Nadie como los jóvenes para mostrar, cuando viven con coherencia su fe, el dinamismo de la Iglesia y la atractiva vigencia del mensaje cristiano. Ésta es la novedad de la fiesta que empapa todo lo que se vive en las Jornadas de la Juventud. Son auténticas fiestas de la fe que invitan a participar a quienes buscan un sentido para sus vidas. Por ello, las Jornadas constituyen un acontecimiento misionero de primer orden.
Es fácil comprender, si atendemos a la naturaleza de las Jornadas de la Juventud y a su finalidad, que el hecho mismo de prepararlas como conviene constituye no sólo un reto, sino una enorme responsabilidad. No se trata de quedar bien ante los demás o ante la opinión pública, sino de mostrar lo que somos.
Desde mi llegada a Madrid, he querido potenciar esta riqueza de la Iglesia diocesana mediante planes pastorales centrados en el anuncio explícito de Jesucristo, Hijo de Dios y Redentor del hombre. Sólo Dios conoce los frutos de nuestros afanes por sembrar la palabra del Evangelio. Podemos decir, sin arrogancia, que en este tiempo no nos hemos avergonzado del Evangelio, sino que, a pesar de nuestras insuficiencias, hemos querido proclamarlo a tiempo y a destiempo. Providencialmente, el Señor nos ha ido preparando, a través de todas estas iniciativas, a vivir la experiencia eclesial de la Jornada Mundial de la Juventud como una ocasión más de nuestro empeño misionero.
Aunque la Jornada Mundial de la Juventud se celebre en una sede episcopal concreta, el Papa la convoca y la preside como pastor de toda la Iglesia. También él la orienta mediante un lema, que, como armazón doctrinal, da coherencia a todas las actividades. El lema para la XXVI Jornada de Madrid está tomado de la Carta de san Pablo a los Colosenses y dice así: Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe. La firmeza de la fe no alude sólo a la estabilidad de la doctrina, sino a la consistencia de toda la vida en Cristo, que hace de los cristianos la casa edificada sobre una roca firme, o el árbol plantado junto a las corrientes de agua viva. Quien vive así, concluye el Apóstol, se desborda en la acción de gracias, porque experimenta la solidez de su vida, que puede resistir todo tipo de amenazas y embestidas de los poderes del mal.
El lema de la JMJ Madrid 2011
Arraigados en Cristo. Echar raíces en Cristo significa vivir de su misma vida, y en especial de su conocimiento que recibimos a través de la predicación apostólica. Son muchos los cristianos que no comprenden la Palabra ni los misterios del Reino. Muchos también los que, habiendo comprendido, no tienen la necesaria consistencia para resistir en momentos de tribulación o de dificultad por la Palabra. Finalmente, el mundo en que vivimos no deja de seducir con sus preocupaciones y riquezas, que, como las zarzas, ahogan el tallo naciente y lo sofocan dejándolo estéril.
Hemos de tener en cuenta el hecho de que -en palabras de Benedicto XVI- «las Jornadas Mundiales de la Juventud no consisten sólo en esa única semana en la que se hacen visibles al mundo. Hay un largo camino exterior e interior que conduce a ella».
Edificados en Cristo. San Pablo exhorta a los colosenses a edificarse sobre Cristo, que es el único fundamento de los cristianos. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo». Nadie desea la ruina de su persona, de sus obras, sobre todo de aquellas en las que pone todo su afecto y corazón, como es la formación de una familia, la educación de los hijos. El hombre está llamado a la felicidad, a la plenitud de la vida y del amor. Esto es lo que propone Jesús al final del Sermón de la montaña, cuando utiliza la imagen de la casa edificada sobre roca o sobre arena. Ésta se arruina por falta de fundamento cuando llegan riadas y vendavales; aquélla los resiste gracias a la estabilidad de sus fundamentos. Muchas vidas cristianas se derrumban por carecer de cimientos estables. Son muchos los cristianos de nuestro tiempo que pierden la fe, se alejan de la Iglesia y terminan arruinando su vida. San Pablo exhorta a la mutua edificación, es decir, a vivir la comunión de la Iglesia como una llamada a sostenernos unos a otros sobre el cimiento de Cristo.
Invito a las familias a recuperar la oración en familia especialmente en los momentos en que la unidad familiar se hace patente: en torno a la mesa, al comenzar y terminar el día, en las celebraciones gozosas de los aniversarios del nacimiento y de los santos patronos, en los momentos de enfermedad de algún miembro. Los padres de familia no deben olvidar que son los sacerdotes de su propio hogar, responsables de la fe de sus hijos, que deben descubrir en sus padres no sólo a los que cuidan de su cuerpo y de su salud sino también a los que protegen su alma de toda adversidad, tentación y pecado. La oración en familia debe ser una prioridad fundamental de nuestro plan pastoral. Los jóvenes peregrinos de la Jornada Mundial, que tengan la suerte de ser acogidos en nuestros hogares, recibirán un hermoso testimonio de fe al participar en la oración de las familias que les acogen y les invitan a participar de la oración común.
La Eucaristía edifica la Iglesia como Cuerpo de Cristo bien trabado. Sin ella, la Iglesia no tendría consistencia. Los recientes documentos del Magisterio nos invitan a proteger el misterio eucarístico de toda banalización y subjetivismo, promoviendo una auténtica participación de los fieles. El centro y la cumbre de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la celebración eucarística presidida por el Santo Padre. Durante la semana que dura la Jornada, las iglesias acogerán a multitud de jóvenes que celebrarán la Eucaristía después de recibir catequesis en sus lenguas, y permanecerán abiertas para la adoración eucarística, que caldeará el corazón de tantos jóvenes para vivir la misma caridad de Cristo. Prepararnos para esta vivencia del amor de Cristo, presente en la Eucaristía, favorecerá sin duda que los peregrinos encuentren en Madrid una ciudad eucarística por la autenticidad de su culto y por el testimonio de caridad de todos sus cristianos.

Vinculado al misterio eucarístico se halla el sacramento del perdón, sin el cual la Eucaristía sería un culto inaccesible para el cristiano, pues todos necesitamos de la misericordia divina para acceder al banquete del Señor. La crisis de este sacramento en el momento actual de la Iglesia es una de las causas de la banalización de la Eucaristía. Por ello, invito a la comunidad diocesana a celebrar gozosamente este sacramento. Exhorto a los sacerdotes a estar disponibles para escuchar a los penitentes que buscan el perdón.
Firmes en la fe. La fe no se reduce al conocimiento de las verdades, sino que implica el testimonio con toda nuestra vida, un testimonio que se hace particularmente necesario en momentos de desorientación moral como es el nuestro. Desde sus comienzos, la Iglesia no ha dejado de exhortar a sus hijos en la necesidad de vivir con coherencia la fe. Los cristianos tenemos que hacer visible a Cristo en nuestro comportamiento. Esta firmeza de la fe, que equivale a ser firmes en Cristo, debe acrecentar nuestro deseo de entender la vida y vivirla conforme al evangelio que nos ha salvado. El Papa Benedicto XVI, en la audiencia que nos concedió con ocasión de la clausura del III Sínodo diocesano, nos decía: «En una sociedad sedienta de auténticos valores humanos y que sufre tantas divisiones y fracturas, la comunidad de los creyentes ha de ser portadora de la luz del Evangelio, con la certeza de que la caridad es, ante todo, comunicación de la verdad». En este campo, por tanto, debemos proponer con creatividad y audacia modos de vivir la firmeza del testimonio cristiano en una sociedad aquejada de tantas debilidades, que provienen de corrientes de pensamiento y de actitudes desprovistas de fundamentos morales. Hemos de afirmar la fe haciéndonos cargo del aire que respiran nuestros contemporáneos y respondiendo a las objeciones teóricas nacidas de algunos esquemas de pensamiento opuestos a los principios evangélicos. No cabe duda, las jóvenes generaciones necesitan aprender a ser fuertes y firmes en la fe, mediante la catequesis que les eduque a dar razón de la misma y mediante la maduración de la personalidad cristiana que exige el ejercicio de las virtudes teologales y morales. En estos tiempos de crisis económica no podemos olvidar el ejercicio cristiano de la solidaridad, especialmente con aquellas personas que sufren con mayor dramatismo el desempleo y la carencia de recursos para llevar una vida digna. Viviendo así, seremos la levadura en la masa, la luz en la oscuridad y la ciudad edificada sobre un monte.