El camino, la verdad y la vida - Alfa y Omega

El camino, la verdad y la vida

Domingo de la 5ª semana de Pascua / Juan 14, 1-12

Juan Antonio Ruiz Rodrigo
Cristo caminando con los discípulos de Edward von Steinle. Städel Museum, Fráncfort (Alemania).

Evangelio: Juan 14, 1-12

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.

En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre».

Comentario

En la última cena con sus discípulos antes de ser entregado a la muerte, Jesús pronunció sus palabras como testamento, como manifestación de su última voluntad. Cuando Jesús anuncia la traición de uno de los doce (cf. Jn 13, 21-30) y su inminente partida (cf. Jn 13, 33), los discípulos se llenan de miedo. Jesús ya no estará entre ellos y con ellos: viven, por tanto, en la incertidumbre, sabiendo que uno de ellos es un traidor y que Pedro, «la roca» (Jn 1, 42), fracasará en su firmeza (cf. Jn 13, 38). Es noche de verdad, y no solo exteriormente: es noche en sus corazones, es hora de poner a prueba su fe, es la crisis de la comunidad, inmersa en esa soledad angustiosa y trágica en la que parece imposible confiar.

Jesús hace entonces una invitación: «Creed en Dios y creed también en mí». Para aquellos hombres tener fe en Dios era una acción en la que se ejercitaban continuamente: eran creyentes, hijos de Abraham, en espera de su «día». Por eso estas palabras de Jesús les suenan como una invitación a confirmar su adhesión al Dios vivo. Pero Jesús también pide la misma fe en Él, en su persona. Esta es la novedad de la fe cristiana: creer en Jesús de Nazaret como se cree en Dios. Esta es la fe de la iglesia del cuarto Evangelio y esta es nuestra fe.

En esta página del Evangelio de este V domingo de Pascua Jesús da a conocer que en la casa de su Padre hay muchas moradas, hay lugar para muchos. La paternidad de Dios no es solo hacia el Hijo, sino también hacia sus discípulos. Por eso la casa de Dios puede acogerlos, puede ser su casa como lo es para Jesús: una acogida que no exige méritos, sino que es totalmente gratuita, que recibe a todos los hijos con el mismo amor. Jesús se va, deja visiblemente a sus discípulos, pero habiendo «pasado de este mundo al Padre» (cf. Jn 13, 1), les prepara sitio, abriéndoles el camino para acceder a la intimidad con Dios.

Estas palabras deben resonar como una promesa a los discípulos que quedan en el mundo. Les basta creer en Jesús y verán fundada su esperanza. Jesús pide no ser invadidos por el miedo, sino entrar en un nuevo modo de comunión con Él. Será una convivencia a la que se accede por un camino que los discípulos ya conocen: el camino recorrido por Jesús, el del amor vivido hasta el final, hasta el extremo (cf. Jn 13, 1). Vivir concretamente el amor, gastar la propia vida y darla por los demás es el camino trazado por Jesús para ir al Padre.

Tomás, el discípulo gemelo de cada uno de nosotros, dirige una objeción a Jesús: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Él mismo, que con entusiasmo se declaró dispuesto a morir con Jesús (cf. Jn 11, 16), demuestra en realidad que no sabía lo que había dicho. Para Tomás, como para nosotros, ciertamente no es fácil comprender que si la misma muerte es un acto de amor y de entrega generosa de la vida se convierte en el camino, en la manera de vivir con Jesús en Dios. Entonces Jesús no responde directamente a su pregunta («¿A dónde vas?»), sino que dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí».

¡Qué palabras tan densas e inauditas! Jesús usa la metáfora del camino para decir: «Yo mismo soy el camino para ir hacia el Padre; yo mismo soy la verdad como conocimiento del Padre; yo mismo soy vida eterna, vida para siempre como don del Padre». Después de la revelación de Jesús, que nos presenta al Dios invisible (cf. Jn 1, 18) al que nadie ha visto ni puede ver jamás, no se puede creer ni adherirse a Dios si no es a través de Él, «imagen» única y verdadera del «Dios invisible» (Col 1, 15).

Felipe hará una segunda objeción: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». También Felipe, que había seguido a Jesús confesándolo como aquel que había sido anunciado por Moisés y los profetas (cf. Jn 1, 43-45), no comprendió la verdadera identidad de Jesús. Ve en Él «al enviado de Dios», «al que viene en el nombre del Señor», pero aún no sabe que Jesús es la historia, la narración del Padre. Felipe es un hombre de gran fe: como Moisés, pide ver el rostro de Dios (cf. Ex 33, 18) y añade que esto le bastaría. No busca nada más que ver ese rostro que todos los creyentes del Antiguo Testamento habían deseado ver.

Pero Jesús dará a conocer de nuevo que quien lo ve a Él realmente ve al Padre, porque Él es la imagen, el rostro visible de Dios, la gloria misma de Dios. Jesús glorificado en la Resurrección es Dios mismo, como confiesa Tomás: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). Dios se encuentra en Jesús: en su humanidad se puede ver a Dios, mirando la acción de Jesús y escuchando sus palabras se puede encontrar a Dios. ¡Qué gran novedad la de la fe cristiana: escándalo para todo camino religioso y locura de toda sabiduría humana! (cf. 1 Cor 1, 22-23).