La alegría de Cristo - Alfa y Omega

La alegría de Cristo

Jueves de la 4ª semana de Pascua / Juan 13, 16-20

Carlos Pérez Laporta
La última Cena. Jan van’t Hoff. Foto: Jan van’t Hoff / gospelimages.com.

Evangelio: Juan 13, 16-20

Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo:

«En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».

Comentario

Jesús nos está preparando para su marcha. Nos educa para comprender lo que va a suceder, y poderlo vivir desde la fe. Nos dispone para que podamos vivir de su palabra aun cuando ascienda al Padre, y cese la cercanía física de las apariciones. Y su manera de hacerlo es el servicio: después de haberles limpiado los pies les dice «dichosos vosotros si lo ponéis en práctica».

¿En qué consiste esta dicha? Es la alegría de Cristo. La alegría que Cristo mismo ha experimentado al lavar los pies de sus discípulos. No se alegra del mero servicio, no es un espíritu servil. Cristo se alegra porque su servicio ha consistido en limpiar sus pecados y llevarlos ante Dios. Por el servicio de Cristo sus discípulos han experimentado el amor de Dios, se saben con Dios y viven con Él. Esa es la dicha del siervo: la alegría que experimenta quien presencia y propicia el reencuentro entre Dios y los hombres.

Esa misma dicha nos ofrece a nosotros: «En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado». Nos promete la dicha del de Cristo: Él se encontrará con los hombres a través de nuestra relación con ellos, y podremos asistir a dicho encuentro en primera línea. No es una consolación. No es un símbolo. Cristo está en su Iglesia como el Padre está en Cristo. Y si servimos a nuestros hermanos los hombres experimentaremos la alegría de su reconciliación con Dios. Y no hay dicha más grande que esa: la del amor consumado.