Se rellenan estos días folios y folios con análisis de los primeros discursos y pasos de Prevost. La diplomacia con Ucrania. La cercanía a los ritos orientales. La unidad en la diversidad. Pero hubo un encuentro, de los primeros, la semana pasada con los hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle. En ese discurso algo desapercibido, en el que se notaba que dominaba el contexto, ya que su paso como prior de los agustinos le hizo convivir especialmente con la educación, sintetizó el gran mal que asola este mundo del siglo XXI. Especialmente en el norte, porque cuando hay hambre, enfermedad y guerra el foco está en otra parte. Enumeró los obstáculos a los que se enfrentan las jóvenes generaciones: «El aislamiento provocado por modelos relacionales cada vez más marcados por la superficialidad; el individualismo y la inestabilidad afectiva; la difusión de modelos de pensamiento debilitados por el relativismo; la prevalencia de ritmos y estilos de vida en los que no hay suficiente espacio para la escucha, la reflexión y el diálogo, en la escuela, en la familia, a veces entre los propios coetáneos, con la consiguiente soledad que de ello se deriva». No hay más ni menos que decir. Este es el principio y el fin de la pastoral.