EE. UU., la revolución de los años 60 se ha cebado con los más vulnerables. Familia rota, familia pobre
El divorcio, las relaciones sexuales fuera del matrimonio o la cohabitación son a menudo citadas como ejemplos de progreso social. Sin embargo, para las personas con menos recursos económicos, los datos demuestran que son la mejor vía para adentrarse en una espiral de pobreza, de la que es muy difícil salir
La desigualdad en Estados Unidos es un problema cultural, más que económico. Lo afirma Charles Murray en su libro Coming apart, en el que analiza al 20 % más rico y al 30 % más pobre de la población blanca estadounidense. En 1963, a pesar de la diferencia de ingresos, su modo de vida —familia, trabajo, práctica religiosa, participación social— era casi idéntico.
Ahora, en la clase baja, el 45 % de los niños nace fuera del matrimonio, y menos de un tercio crece con sus dos padres biológicos. Entre la población negra —este dato no lo da Murray—, los nacimientos extramatrimoniales son el 73 %. Entre la clase alta blanca, sólo el 7 %. El contraste se repite en las demás áreas.
«Los años 60 —ha declarado Murray— fueron un desastre en términos de política social». Las clases altas, aunque en teoría siguen defendiendo la llamada revolución sexual, reaccionaron a tiempo, y no viven de forma tan distinta a como lo hacían hace medio siglo.
No les fue tan bien a quienes tenían menos recursos. El cambio cultural «animó una serie de tendencias que pronto empezaron a auto-reforzarse». Incluso quienes no coinciden en las causas que describe Murray, admiten que su hallazgo pinta un cuadro preocupante para toda la sociedad: en una comunidad de clase baja con familias rotas, empleo cada vez más precario —no sólo por la crisis— y un tejido social muy debilitado, la pobreza y la desigualdad se agravarán.
En concreto, no hay factor que ayude a salir o a permanecer en la pobreza, en la que la familia no influya. El Journal of Marriage and Family, del Consejo Nacional sobre Relaciones Familiares de Estados Unidos, lleva años demostrándolo.
Por un lado, están los padres: no sólo los hogares monoparentales tienen menos ingresos, sino también aquellos en los que los padres conviven sin estar casados. Además, es más difícil que los hijos mejoren sus condiciones de vida a través de la educación: los que no viven en hogares intactos tienen más problemas en el colegio, sacan peores notas y abandonan antes los estudios.
Asimismo, es más probable que incurran en conductas de riesgo que empeoren su situación, como el consumo de drogas y los comportamientos violentos. Confirman este dato, también, revistas especializadas como Criminology. Otra conducta de riesgo son las relaciones sexuales precoces, también más frecuentes entre los hijos de familias desestructuradas. Y aquí sigue perpetuándose la pobreza: de ellas, nacerán más niños sin una familia estable. También los hijos, e incluso los nietos, de padres divorciados, tienen más probabilidades de divorciarse ellos, y consolidar esta tendencia. El remedio parece claro: el progreso de los más pobres pasa por fomentar familias fuertes.