Educar: arte, no metodología - Alfa y Omega

Mañana viernes, Marko I. Rupnik será investido como doctor honoris causa por la Universidad Francisco de Vitoria. Me alegra mucho esta noticia porque creo que habitualmente se realza su faceta de artista, la belleza de sus mosaicos, o la novedad de su propuesta estética, y no se conoce tanto su extraordinaria aportación al campo de la teología y de la educación. Por ello y tratándose precisamente de un Doctorado, resulta muy oportuno destacar dos de sus últimos libros publicados en castellano: El arte de la vida (Fundación Maior) y Teología de la evangelización desde la belleza (BAC), el primero de los cuales se centra precisamente en el tema de la educación.

Este libro pone en evidencia la reducción contemporánea que ha transformado la educación en un conjunto de metodologías o categorías formativas, en una realidad construida exclusivamente sobre ideas y conceptos que no logran «trasmitir la experiencia de la vida». De este modo, hemos encerrado a los jóvenes en un armazón ideológico o materialista, o bien les hemos encarcelado en dinámicas de consumismo de deseo y satisfacción.

Frente a esta visión reducida de la educación, Rupnik abre un panorama inmenso, oxigenante y diferente. La educación es, en su opinión, un aspecto muy importante de un todo orgánico que hemos olvidado: la propia vida en su conjunto. Por eso educar es el arte de enseñar a vivir. Un arte, no una metodología. En la base de la vida de un cristiano no está, por tanto, una doctrina o una simple enseñanza que haya que aprender y practicar, sino un acontecimiento real que nos acompaña desde nuestro nacimiento hasta la muerte: que participamos del amor y de la misma vida de Dios. Así visto, la educación une el Evangelio con la vida y no es posible una educación al margen de nuestro principio más real que es esa pertenencia a Dios.

De ahí que el libro de Rupnik sea un canto a la unidad de vida: a mirar lo cotidiano desde nuestra más honda realidad que es la de nuestra vida de hijos de Dios en Cristo. Por eso, también hay en el libro una palabra cristiana sobre el vestido, sobre la comida, sobre la casa, sobre cómo estar juntos, sobre cómo se prepara una fiesta, sobre cómo nos hablamos, sobre cómo se descansa o cómo se trabaja; por eso cuentan nuestros sentidos y cuenta también nuestra imaginación. Qué importante es, en opinión de Rupnik, desarrollar una imaginación sana, que obre con imágenes realistas sabiendo que la auténtica realidad de cada hombre es lo que somos en Cristo. «Mirándome en Él –dice Rupnik en expresión bellísima y llena de fuerza–, tengo (…) la visión de lo que soy en realidad y encuentro la fuerza para transformar mi cotidianeidad según la medida de esta visión», porque, «para que una imaginación sea real –cito de nuevo–, debe apoyarse en la mirada de Dios. (…) Mirarse como nos ve Dios». Y qué importante también, hacer una alianza con los sentidos, con los ojos, con los oídos, para llenar el corazón con imágenes y palabras bellas, que orienten al hombre hacia su Señor. Se trata en definitiva de «educar en la búsqueda de lo que más directamente me puede llevar a la unión con Dios y a vivir su vida».

Irene Martín

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