Una rendija a la belleza
Antes de sumarse a esa carrera absurda por censurar obras que no se adaptan a la nueva moralidad, convendría entender en qué contexto nacieron y plantearse por qué incomodan
El Museo del Prado abrió sus puertas de nuevo el pasado 6 de junio con la que quizá sea la exposición temporal más ambiciosa de su historia: Reencuentro. En un ejercicio de arrojo y creatividad que se prolongará hasta el 13 de septiembre, el equipo de Miguel Falomir ha reunido 249 obras de la colección permanente y las ha dispuesto en la galería central y las salas adyacentes, dando pie a diálogos inéditos.
La reapertura es en sí misma una buena noticia, como lo es que se vayan recuperando otras actividades detenidas por la pandemia, pero además es una oportunidad única para pararse y reencontrarse con la belleza. Y este mundo, como subrayó san Pablo VI, «tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza». «Como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres —aseveró en su mensaje a los artistas al cierre del Vaticano II—; es el fruto precioso que resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración».
La exposición del Prado conecta con la historia de España y de Europa y, al hacerlo, remite a los anhelos más profundos de quienes la han escrito a lo largo de los siglos. Desde el arranque con La Anunciación y El descendimiento, reunidos por vez primera, emerge no solo el deseo de belleza, sino también de Belleza en mayúsculas. Es arte que recoge la vocación de trascendencia consustancial al ser humano y que «nos devuelve al Amor que nos creó, a la Misericordia que nos salva, a la Esperanza que nos aguarda», en palabras del Papa Francisco a los benefactores de los Museos Vaticanos.
En contraste, hay ocasiones en las que el arte nos molesta porque «escudriña las profundidades más oscuras del alma o los aspectos más desconcertantes del mal», y hasta ahí, como advertía san Juan Pablo II, «el artista se hace de algún modo voz de la expectativa universal de redención»… Por ello, antes sumarse a esa carrera absurda por censurar obras que no se adaptan a la nueva moralidad e infantilizar a quienes se acercan a ellas, convendría entender en qué contexto nacieron y plantearse por qué nos incomodan o desagradan. Incluso por contraposición, siempre habrá una rendija a la belleza.