Reencuentro - Alfa y Omega

Reencuentro

Cristina Tarrero
Exterior del Museo del Prado
Foto: AFP / Gabriel Bouys.

El verano siempre supone una parada personal y profesional. Muchos trabajadores pueden permitirse unos días de asueto, los mayores ven cómo su día cambia, se trasladan al pueblo, reciben a sus nietos o simplemente alteran su rutina. Y es innegable que este verano es diferente, pero no por ello tiene que ser aburrido. Los museos nacionales y especialmente el Museo Nacional del Prado quieren retomar a los visitantes que ya lo conocen dado que los turistas no acudirán en masa. Para ello ha ideado la exposición Reencuentro.

Esta exposición, para el público familiarizado con el Prado es poco novedosa. Sí recuerda a el museo de toda la vida, a las muestras que situaban todas las obras maestras juntas. No hay que recorrer innumerables pisos, pasillos y galerías para llegar a las obras más importantes. Es el museo de la infancia de muchos pues, como ellos mismos dicen, han retomado la museografía que había cuando se abrió por primera vez, y que en mayor o menor medida se mantuvo muchos años. Sorprende y mucho, en todos los sentidos. Habrá sin duda visitantes algo molestos porque hay piezas de estilos muy diferentes en una misma estancia y es algo atípico; otros, en cambio, estarán satisfechos pues pueden redescubrir todo con un solo golpe de vista. Pero, ¿cómo no visitarlo y aprovechar este tranquilo verano para recordar y disfrutar de los cuadros ya conocidos?

La exposición se ha estructurado partiendo de la galería central. La visita comienza con dos obras emblemáticas y que a la vez son muy significativas: La Anunciación de Fra Angélico, y El descendimiento de Van der Weyden. Desde allí se llega al resto, se redescubre a Velázquez, a Goya o a Rubens. Pero quizá, lo que más sorprende es la escultura de Pompeo Leoni, El furor, que no ha cambiado de ubicación, aunque sí de aspecto. La obra fue encargada por el emperador en 1549 y posee una armadura desmontable que permite mostrar dos imágenes muy diferentes de la misma figura. Tiene una doble iconografía: por un lado, un caballero armado y triunfante en la batalla, y por otro, el hombre desnudo, el emperador, anatómicamente perfecto, sin defectos ni deformaciones siguiendo los patrones estéticos de los dioses griegos o romanos. Es una escena que evoca el triunfo del héroe, del bien sobre el mal. Habitualmente se exhibe con la armadura, pero en Reencuentro –que se prolongará hasta el 13 de septiembre– esta despojada de ella.