Echarse al barro y amar a alguien
Es un reto difícil prologar una ceremonia de graduación delante de unos jóvenes dispersos en su atención y con ganas de farra tras el acto académico. Jonathan Franzen, maestro de la literatura de ficción norteamericana, pronunció unas palabras inolvidables, en mayo de 2011, en el Kenyon College, institución perteneciente a la Iglesia episcopaliana de Ohio. Franzen estuvo sobresaliente. Les quiso hacer reflexionar sobre la mutación que las redes sociales pueden producir en sus vidas, si no andan con olfato crítico: «Nuestra tecnología se ha vuelto especialmente diestra en crear productos que se corresponden con nuestra fantasía de relaciones. En dicha fantasía, el objeto amado no pide nada y lo da todo al instante. El objetivo último de la tecnología es sustituir un mundo de corazones rompibles (corazones de verdad, que pesan, sienten, padecen) por una simple prolongación del yo. Sólo el amor verdadero altera el mundo del tecnoconsumismo».
Empezó así de fuerte, llamando la atención sobre la mercantilización del amor que aparece en las redes sociales, donde nace una operación que se llama gustar (cuando el usuario quiere aceptar una relación o expresar una conformidad con aquello propuesto, sólo debe deslizar el ratón de ordenador y hacer un click sobre la expresión Me gusta). «El verbo gustar ha pasado de ser un sentimiento, a una declaración de elección del consumidor», dice Franzen. Y, si uno se dedica a gustar, ha desistido de ser querido. Si uno consigue manipular a los demás hasta gustarles, usará de los demás para que uno se sienta bien consigo mismo. «Hacerse amigo de una persona se reduce a incluir a esa persona en nuestro salón privado de espejos favorecedores», dice. Llegados a este punto, los chavales del college debieron de estar boquiabiertos. Y concluye: «A mi amiga Alice Sebold le gusta hablar de saltar al barro y decidirse a amar a alguien. El empeño de gustar permanentemente es incompatible con una relación de amor. Y cuesta, porque para amar a una persona concreta, no a toda la Humanidad, uno tiene que renunciar a una parte de sí».
A ver si los lectores se pueden hacer con el discurso completo, yo lo tengo subrayado y glosado cumplidamente, es un punto de arranque de conversación apasionante con jóvenes usuarios de redes sociales.