Dos santos a imitar
Culminada la canonización de los dos nuevos santos, comienza una nueva etapa para difundir sus figuras, con la esperanza de que su ejemplo revitalice la Iglesia
¿Quién era Juan Pablo II?: ésa era la pregunta que «todos nos hacíamos», mientras «nuestros ojos, húmedos por el llanto, observaban atónitos el evangeliario sobre el ataúd de roble», y de repente el viento «comenzó a pasar las páginas del libro». Con este recuerdo del funeral del Papa Wojtyla, comenzaba la homilía del cardenal Comastri, vicario del Papa para la Ciudad del Vaticano, en la Misa de acción de gracias por la canonización de san Juan Pablo II. La ceremonia tenía lugar en la mañana del lunes, en la Plaza de San Pedro, ante unos 80 mil peregrinos, buena parte de ellos polacos. Concelebraba el antiguo secretario de Karol Wojtyla, el cardenal Dziwisz.
Por la canonización de san Juan XXIII se celebraba otra Misa de acción de gracias en la iglesia de San Ambrosio y San Carlos, en la que fue ordenado obispo Angelo Roncalli en 1925. La presidió el cardenal Tettamanzi, arzobispo emérito de Milán, junto al arzobispo Gabriele Caccia, nuncio en el Líbano, y el obispo de Bérgamo, monseñor Beschi.
El Papa Francisco no participó en estas Misas, pero el viernes anterior envió sendos mensajes «al pueblo de Polonia» y a los habitantes de Bérgamo. A estos últimos los invitó «a agradecer al Señor por el gran don» que fue la santidad de Juan XXIII, y les animó a «custodiar la memoria del terreno en el cual germinó: un terreno hecho de profunda fe vivida en lo cotidiano, de familias pobres pero unidas por el amor al Señor». Han pasado 50 años y el mundo «ha cambiado, y son nuevos los desafíos para la misión de la comunidad cristiana. Sin embargo, aquella heredad puede inspirar aún hoy una Iglesia llamada a vivir el dulce y confortante gozo de evangelizar, a ser compañera del camino de cada hombre, fuente de la vida de la cual todos pueden sacar el agua fresca del Evangelio», escribía el Papa en un artículo publicado en el Eco de Bérgamo, diario en el que -recordó- alguna vez escribió el joven sacerdote Angelo Roncalli.
En el caso de Polonia, el Pontífice grabó un vídeomensaje retransmitido por la televisión y la radio pública polaca. «Todos fuimos enriquecidos» por el «extraordinario testimonio de santidad» de Karol Wojtyla, que «continúa inspirándonos: nos inspiran sus palabras, sus escritos, sus gestos, su estilo de servicio. Nos inspira su sufrimiento vivido con esperanza heroica», dijo. Y añadió, citando palabras de Benedicto XVI en la beatificación: «Este ejemplar hijo de la nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: nos ha ayudado a no tener miedo a la verdad, porque la verdad es garantía de la libertad».
¿Quién es Juan Pablo II?
Pero queda la pregunta: ¿quién es Juan Pablo II? «¡La respuesta está en el Evangelio! —decía el cardenal Comastri—. La vida de Juan Pablo II fue una continua obediencia al Evangelio de Jesús. ¡Por eso lo habéis querido!». Su memoria debe ser ahora cultivada de forma activa. «A los santos no hay que aplaudirlos, sino imitarlos», añadió el cardenal, tomando prestadas unas palabras del nuevo santo; de modo que «hoy estamos aquí para decirle: ¡Gracias! Y, sobre todo, para recoger la herencia y el ejemplo de su fe valerosa».
Fue valiente Juan Pablo II «al defender la familia», cuando ésta estaba siendo agredida. Y «¡qué fe, qué fuerza, qué heroísmo!» en la defensa de la vida humana, afirmó el cardenal Comastri, para añadir: «Era el heroísmo de un santo». Juan Pablo II tuvo también el heroísmo de defender la paz, y, concretamente, «trató con todas sus fuerzas de impedir las dos guerras del Golfo».
Además, «tuvo la valentía de ir al encuentro de los jóvenes, para liberarles de la cultura del vacío y de lo efímero para invitarles a acoger a Cristo». Así fue como «los jóvenes de todo el mundo reconocieron en Juan Pablo II a un verdadero padre, una guía auténtica, un educador leal».
Con respecto al «difícil momento de crisis de vocaciones sacerdotales», el Papa Wojtyla «tuvo el valor de vivir ante el mundo la alegría de ser sacerdote, el gozo de pertenecer a Cristo». El cardenal Comastri recordó cuando, un día, le dijeron al Papa que había acudido a una de sus audiencias generales un exsacerdote que había terminado viviendo en la calle como un vagabundo. Juan Pablo II pidió verle, y una vez cara a cara, «se inclinó y quiso confesarse con él para despertar en el corazón del sacerdote la conciencia de la grandeza del sacerdocio».
Finalmente, «Juan Pablo II tuvo la valentía de afrontar el invierno mariano que caracterizó la primera fase postconciliar», volviendo a proponer «con fuerza y con devoción la devoción a María», que es una «parte irrenunciable del Evangelio», concluyó Comastri.
En toda esa valentía hay mucho a imitar por los fieles, pero quienes pueden quizá tener más cercano este modelo son las personas en situación de postración. Así lo ve el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, que el lunes inauguró en Roma el IX Seminario Profesional para las Oficinas de Comunicación de la Iglesia organizado por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. «Ayer oísteis al Papa Francisco hablar de las heridas de Jesús, y de cómo nuestros dos nuevos santos tenían heridas, debilidades», dijo cuando se le pidió dirigir un mensaje por radio a una sección de pacientes con enfermedades infecciosas de un hospital. Estos días se ha puesto de manifiesto que tanto Juan XXIII como Juan Pablo II no tuvieron precisamente una vida fácil, pero el sufrimiento fue en ellos fecundo. Pues bien, «del mismo modo que Jesús llevó la salvación al mundo a través de sus heridas, vosotros podéis hacerlo», les aseguró el cardenal Dolan a los pacientes. «La Iglesia os necesita mucho. Cuando Jesús tenía sus manos clavadas a la cruz y no podía hacer nada, es cuando era en realidad más fuerte. Vosotros estáis haciendo lo mismo».