Dos regalos - Alfa y Omega

En Navidad hemos vuelto a casa, y hemos recibido mucho. Mucho afecto, horas de conversación, tiempo compartido con la familia y amigos, y unos cuantos regalos, algunos esperados y otros sorpresa, que, como diría mi hija Irene, «son los mejores».

Los regalos sorpresa de este año son de esos que no ocupan lugar, pero que te llenan por dentro.

Primer regalo: Misa de Gallo en nuestra parroquia de solteros. Yo me quedé en casa cuidando a Sara. Sólo tiene dos meses, y la lactancia hace que seamos inseparables. Pero el resto de la familia me dio los detalles a la vuelta. Una iglesia llena de gente; una celebración bien preparada y un coro que sonaba estupendamente con un montón de caras conocidas.

La fe se sustenta y se alimenta de muchos modos, pero qué duda cabe que celebrarla en comunidad es uno de ellos. En nuestras parroquias hay celebraciones… y celebraciones. Digamos que unas alimentan el espíritu más que otras. Y todos somos responsables de hacerlas inolvidables por excelentes, o por todo lo contrario.

En Nochebuena no pude acompañar a mi familia, pero tanto los niños como los mayores volvieron a casa contentos. Dios ha vuelto a nacer entre nosotros y lo habíamos celebrado como una ocasión así se merece.

Segundo regalo: intercambio de experiencias con un amigo. Durante estos días, también ha habido ocasión para el encuentro. Pienso en la conversación con un amigo con el que hacía mucho que no hablaba largo y tendido. Hace una década, nos veíamos todas las semanas, con el objetivo de hablar de Jesús de la manera más atractiva posible a un grupo de jóvenes. No sé cómo lo haríamos de bien, pero le poníamos todo el empeño. Mi amigo y yo no estábamos de acuerdo en todo, pero éramos capaces de plantear nuestras diferencias sin que el cariño que nos tenemos se resintiera. Él valoraba más lo que se proponía desde la congregación a la que pertenece, y yo, sin desmerecer lo suyo, intentaba que los jóvenes se abrieran también a otras realidades. Un debate clásico en estos ambientes, vamos.

Diez años más tarde de aquellas sanas discusiones, después de ponernos al día en temas relacionados con familia y trabajo, volvimos a poner sobre la mesa uno de los asuntos que más nos apasiona: el anuncio de Aquel que ha cambiado nuestras vidas. Me encantó comprobar que el entusiasmo de mi amigo y las ganas por descubrir la mejor fórmula de llegar al corazón de los jóvenes están intactas.

Aún me queda algún regalo por abrir estos días, pero dudo que me deje tan buen sabor de boca como mis regalos sorpresa de esta Navidad, que me recuerdan que el entusiasmo y el trabajo bien hecho siempre dan buenos frutos.