Dios quiso nacer en una familia - Alfa y Omega

En mis primeras cartas de este curso pastoral os he hablado de temas como la educación o la evangelización… Esta semana quiero hablaros de la belleza y de la grandeza de la familia. ¿Habéis contemplado el misterio más bello del cristianismo, que es la Encarnación, y habéis pensado por qué Dios quiso hacerse presente en este mundo dentro de una familia? ¡Qué maravilla! Mis padres, cuando era pequeño, me decían algo a lo que siempre le di vueltas: Dios no quiso venir al mundo de otra forma, quiso acercarse a la humanidad por medio de un hogar. Quiso ser Enmanuel, Dios con nosotros y entre nosotros. ¡Qué fuerza tiene su presencia y el modo de hacerse presente entre la gente! Es Dios con nosotros y entre nosotros. Es el mismo Dios que, desde el momento en el que nos creó, dijo que no era bueno que el hombre estuviese solo.

En estos momentos de la historia, en esta época nueva en la que estamos inmersos, es clave saber escuchar a Dios y dejarnos acompañar por Él: no debemos estar solos… Todos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, tenemos que dejarnos acompañar por un Dios que nos quiere y que desea que, al igual que ocurrió cuando Él se hizo hombre, tengamos un hogar, una familia. Los discípulos de Cristo estamos llamados a construir un mundo en el que nadie, absolutamente nadie, se sienta solo. Y, en ese sentido, la familia es el lugar que Dios quiso para sí y desea para todos los hombres. Dios siempre nos regala proyectos en los que podemos sentir y verificar el amor que nos tiene y que desea para cada persona. ¿Por qué no soñar con ese proyecto de Dios, el de la familia, que quiso para sí y quiere para todos?

Es muy importante que nos involucremos en este proyecto de Dios; es fundamental construir un mundo en el que podamos percibir el amor mismo de Dios y ver que nadie sobra. Convenzámonos de la urgencia de la familia y de apoyarla. Demos los medios necesarios a los jóvenes para que puedan formar una; hay que animarlos a ser audaces y elegir el matrimonio y la familia. Compartir y saber compartir es una virtud maravillosa. La familia es la mejor muestra, es un icono. La expresión más bella se da cuando la familia está reunida en torno a la mesa del hogar, en la que se comparten alimentos, afectos, historias, acontecimientos, fiestas o cumpleaños, pero también dificultades.

Como os he contado otras veces, cuando era un joven sacerdote en mi tierra, me involucré en una iniciativa para vivir con jóvenes que o no tenían familia o no podían estar con la que tenían. Llevo grabadas en mi corazón muchas de sus historias, pero sobre todo recuerdo el hambre que tenían de familia. Por eso quizá soy más sensible a lo que la cultura actual está provocando, en muchas ocasiones sin que seamos conscientes del todo de adónde nos lleva. Vivir en la dinámica de no ligarse a nada ni a nadie, vivir sencillamente consumiendo y nada más, nunca genera vínculos. Hoy lo importante no es el prójimo, sino satisfacer las propias necesidades… ¡Qué heridas más profundas provoca esta situación!

En la exhortación apostólica Evangelii gaudium el Papa Francisco es claro: «Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedos» (EG 23). Hay que salir de nuestras cerrazones y de nuestros muros; construyamos puentes y seamos acogedores; hagamos memoria de todo lo bueno que recibimos en nuestras casas, y recuperemos la belleza de la familia. No nos dejemos colonizar por ideologías destructoras de la familia.