(A los participantes en el Meeting de Rímini)
El hombre es una criatura de Dios. Hoy, esta palabra —criatura— parece casi pasada de moda: se prefiere pensar en el hombre como en un ser realizado en sí mismo y artífice absoluto de su propio destino. La consideración del hombre como criatura resulta incómoda, porque implica una referencia esencial a algo diferente, o mejor, a Otro. Sin embargo, esta dependencia, de la que el hombre moderno y contemporáneo trata de liberarse, no sólo no esconde o disminuye, sino que revela de modo luminoso la grandeza del hombre, llamado a la vida para entrar en relación con Dios.
Incluso cuando se rechaza o se niega a Dios, no desaparece la sed de infinito que habita en el hombre. Al contrario, comienza una búsqueda afanosa y estéril de falsos infinitos que puedan satisfacer al menos por un momento. Así, el hombre, sin saberlo, va en busca del Infinito, pero en direcciones equivocadas: en la droga, en una sexualidad vivida de modo desordenado, en las tecnologías totalizadoras, en el éxito a cualquier precio, incluso en formas engañosas de religiosidad. También se corre el riesgo de absolutizar las cosas buenas, que Dios ha creado como caminos que conducen a Él, convirtiéndolas así en ídolos.
Es necesario erradicar todas las falsas promesas de infinito que seducen al hombre y lo hacen esclavo. Para encontrarse verdaderamente a sí mismo, el hombre debe volver a reconocerse criatura, dependiente de Dios. Estamos hechos para el infinito. Y Dios quiere nuestra felicidad, nuestra plena realización humana.
(19-VIII-2012)