Diácono permanente: «Mi mujer tenía más claro que yo mi vocación» - Alfa y Omega

Diácono permanente: «Mi mujer tenía más claro que yo mi vocación»

Miguel Ángel Rodríguez, ingeniero de 45 años, padre de un hijo y esposo, se ordenará diácono permanente el próximo sábado 14 de junio en la catedral de la Almudena

Rodrigo Moreno Quicios
Miguel Ángel delante de su parroquia, San Bonifacio
Miguel Ángel delante de su parroquia, San Bonifacio. Foto: Archimadrid / B. A.

¿Cómo se desarrolló su vocación de diácono permanente?
—Desde siempre mi familia ha sido creyente, sobre todo mi madre. Recuerdo desde que vivía de niño en Canillejas que siempre quería ir a Misa y estar metido en los grupos de la parroquia: primero el de catequesis, luego el de Confirmación. Siempre había estado muy vinculado a la vida parroquial y allí se hacía mucho servicio. De pequeño veía cómo repartían comida y había mucha labor social en el barrio. Son cosas que se te quedan. Recuerdo que, con mi grupo de amigos, el sitio para quedar era la parroquia, a cuya entrada había unas canchas de baloncesto. Estábamos muy relacionados con ella.

Cuando me casé, vinimos al Parque de las Avenidas porque mi mujer es del barrio. Me acerqué a la parroquia de San Bonifacio porque tenía en el recuerdo lo que había vivido de pequeño y tenía el ánimo de echar una mano en lo que se pudiera. Enseguida me confiaron un grupo de catequesis de Confirmación y poco a poco fui haciendo cada vez más cosas.

Pero de ahí a ser diácono permanente hay un salto.
—Esa figura no la conocía. Había un diácono permanente, Gerardo Dueñas, que venía a la parroquia mucho y un día me dijo: «Tú serías un buen diácono». Al principio te resistes. Le dije: «¿Yo diácono de qué? Para nada». Pero se te queda el gusanillo. Pensaba que eran solo los que se estaban preparando para ser curas. Pero cuando Gerardo me dijo que estaba casado, que tenía dos hijos, cuál era la formación y las funciones… Me lancé y fue todo rápido. En 2020 empecé toda la preparación.

¿Su familia cómo lo vivió? Para ellos implica también una renuncia.
—Son los que siempre me han apoyado. Mi mujer tenía más claro que yo que sería diácono. Siempre me ha dicho: «Tú vales para esto, es lo tuyo». Mi hijo, cuando yo empecé la formación, tenía 9 años. Entonces le decía a mi mujer: «Mamá, no firmes porque papá se va a vestir de cura, le van a ver todos mis amigos y yo voy a preferir irme con el abuelo a San Juan Evangelista. Ahora, que tiene 14 años, ha crecido y también tengo su apoyo.

Semana diaconal del 9 al 14 de junio

La archidiócesis de Madrid celebra desde el pasado lunes, 9 de junio, hasta el próximo sábado 14 la Semana Diaconal. Es un evento que concluirá con la ordenación de Miguel Ángel Rodríguez —y también de Roberto Gómez y Alberto Sandoval— en la catedral de la Almudena durante una celebración presidida por el arzobispo de Madrid, el cardenal José Cobo. Rodríguez revela que, durante estos años de formación, él, el resto de aspirantes y los diáconos ya ordenados «hablamos de vez en cuando con el cardenal; todos los años tenemos una cena con él y una celebración». También reciben el apoyo del obispo auxiliar Vicente Martín, quien desempeña el servicio de delegado para el Diaconado Permanente.

Miguel Ángel Rodríguez adelanta que las invitaciones conjuntas que han elaborado para su ordenación él mismo, Gómez y Sandoval giran en torno a las bodas de Caná. En este pasaje bíblico, «María dice a los siervos: “Haced lo que Él os diga”, y los diáconos son los que se van a echar el agua en las tinajas», explica el ingeniero. Una imagen que eligieron porque «el diácono es el primero en el servicio». Anima a los varones comprometidos en su parroquia a que «vean si el Señor llama a esto, porque es una vocación muy bonita».

¿Y sus compañeros de trabajo qué han entendido?
—Yo siempre he dicho que no me gustaría ser un diácono de solo servicio al altar y la liturgia. Quiero ser de calle, de jóvenes, de enfermos y de ancianos en este barrio. De estar al lado de la gente que lo necesita. Y en el trabajo, cuando dices a la gente que eres creyente y te estás preparando para esto, hay gente que lo ve como algo raro. Pero cuando vienen los problemas, se acercan a ti. Yo les digo que voy a rezar mucho y les intento dar consuelo. Es lo que trato de hacer; ofrecer un poco de esperanza en esta sociedad que tenemos.

Aparte de los servicios que desempeñe en cementerios u hospitales, ¿qué puede ofrecer un diácono permanente a una parroquia?
—A mí me han acogido muy bien, me he sentido muy respaldado en todo este proceso. Hay mucha gente que está pendiente de tus exámenes y en los momentos de bajón te dice que te queda poco. Creo que el diácono permanente aporta una cercanía; tiene ese nexo entre el sacerdote y el pueblo y el estar desde dentro ayudando en todo lo que puede. Al final se convierte en una referencia para la comunidad. Los párrocos cambian, pero los diáconos son los que están siempre.

¿Está nervioso de cara a la ordenación de este sábado?
—Son momentos de inquietud, de responsabilidad y de sentir un poco de vértigo. Te preguntas: «¿Lo haré bien? ¿Será lo mío?». Ahí lo fundamental es rodearte de la gente correcta, que haya pasado por una ordenación, como el párroco, Javier, que me dice: «Es normal todo lo que te pasa; lo raro sería lo contrario».  Durante la formación lo he podido pensar muchas veces. Sientes la responsabilidad y la presión, pero lo que hay que tener claro es que no llegas a esto por tus propios méritos. Si has llegado hasta aquí, será porque el Señor ha querido. Al final te pones en Sus manos y, lo que Él quiera, pues será.