Cuando le dijeron que sería un buen diácono, contestó con un «para nada». Será ordenado el sábado - Alfa y Omega

Cuando le dijeron que sería un buen diácono, contestó con un «para nada». Será ordenado el sábado

«Si la Iglesia ha querido y Dios ha querido, pues a servir, que es lo propio de un diácono», dice Miguel Ángel Rodríguez, que será ordenado diácono permanente en la Almudena

Begoña Aragoneses
Foto: Archimadrid / B. A.

La diócesis de Madrid celebra estos días la administración del sacramento del Orden a hombres que, en este año jubilar, quieren ser signo de esperanza para el mundo. Si el pasado 24 de mayo fueron ordenados once presbíteros y el próximo 21 de junio lo harán 17 seminaristas como diáconos transitorios, el sábado 14 es el momento de los tres nuevos diáconos permanentes para la diócesis de Madrid. Miguel Ángel Rodríguez Castellote (45 años), Alberto Sandoval Pinillos y Roberto Gómez Valea. La ceremonia será en la catedral de la Almudena a las 12:00 horas.

Miguel Ángel no conocía la figura del diácono permanente hasta que llegó a su parroquia —San Bonifacio, en el Parque de las Avenidas— un nuevo párroco, Francisco Cañestro, y un diácono permanente, Gerardo Dueñas. Un día, «Fran me dijo: “Yo creo que serías buen diácono”». «¿Yo? Para nada», fue su respuesta. «Me resistí», pero en el fondo se le quedó «el gusanillo».

Foto: Archimadrid / B. A.

Nacido y criado en Canillejas, Miguel Ángel siempre fue un chico de parroquia en una zona donde esta desarrollaba una importante labor social. Catequesis de Primera Comunión, de Confirmación… Todo giraba en torno a la parroquia. «De hecho, el sitio de quedar con los amigos era allí», porque además había, en aquellos 80 de vida de barrio en la calle, unas canchas de baloncesto que eran como un imán.

Cuando se casó con Mercedes, se trasladaron al barrio de su esposa, el Parque de las Avenidas, y también trasladó Miguel Ángel su vida de parroquia a San Bonifacio. «Me acerqué para colaborar» y ya «me dieron mi primer grupo de catequesis». De Confirmación, especifica, que siempre ha acompañado a chavales más que a niños.

Foto cedida por Miguel Ángel Rodríguez.

Su implicación en la Iglesia fue a más, hasta llegar al día de aquel «yo creo que serías buen diácono». Miguel Ángel empezó a hablar mucho con Gerardo sobre el diaconado permanente, y «me lancé». Lo hizo después de un discernimiento que no fue un proceso largo ni traumático. En esto tuvo mucho que ver su esposa, Mercedes —en el diaconado permanente a las esposas es a las que «hay que tener más presentes» porque ellas han de firmar la autorización a la ordenación de su marido. «Esta es una vocación de familia»—.

En el caso de Miguel Ángel no fue difícil, porque «lo tiene más claro ella que yo». Cuando a él le surgían dudas, «¿será esto lo mío o no?», Mercedes rápido resolvía: «Esto es para ti». Quien tuvo algún impedimento, más propio de la edad que de otra cosa —ríe Miguel Ángel cuando lo recuerda—, fue su hijo, también Miguel Ángel, que entonces tenía 9 años. «Te vas a vestir de cura, te verán mis amigos… ¡me cambio de parroquia!». Y añadía: «Mamá, no firmes». Ahora, con 14 años, todo ha cambiado y lo ve desde la madurez.

Preparación de cinco años

Mercedes lo animó a que, ya que no había ningún impedimento, se pusiera en serio e hiciera la preparación «del tirón». Un primer año de propedéutico, tres de Ciencias Religiosas en San Dámaso que él sacó a curso por año, y un último año de pastoral, el actual, en el que los candidatos van aprendiendo las funciones del diácono permanente de forma más práctica. «Lo que más me sorprendió fue la sesión que tuvimos en el crematorio, atendido por Orlando, diácono permanente también de la diócesis de Madrid; vimos el servicio en vivo y experimenté su dureza, porque bautizar a un bebé es algo muy alegre, pero qué mérito tienen los que acompañan a las familias de un fallecido, el tratar de confortar, de llevar esperanza cristiana…».

De la etapa formativa, «lo que más me ha costado han sido los estudios», y eso que a Miguel Ángel siempre se le ha dado bien estudiar, él que es ingeniero industrial. Pero cuando llegaban los exámenes, o cuando se amontonaban las clases por las tardes, con la formación más específica de diácono los sábados, con el trabajo… «Momentos en los que todo te molesta», pero cuánto bien le ha hecho a Miguel Ángel la comprensión y el apoyo de su familia. Aun con todo, lo ha disfrutado porque no fue lo mismo estudiar para sacarse la carrera que «cuando lo que tienes que estudiar te gusta».

Diácono para «dar un poco de esperanza»

«Lo que más me atrae del diaconado es el servicio a la gente», reconoce. «No me gustaría ser diácono solo de altar, sino también de calle». Por ejemplo, en el trabajo, cuando le ha ido explicando a la gente no ya solo que es creyente, sino que se va a ordenar, «luego cuando tienen problemas vienen a ti». «Y tú les dices: “Voy a rezar mucho” y eso les da consuelo; esto es bonito y me reconforta, dar un poco de esperanza en esta sociedad».

Se siente muy a gusto Miguel Ángel en la parroquia, «muy apoyado y respaldado por la comunidad» y por el nuevo párroco, Javier del Santo. «El diácono aporta cercanía —apunta—, es como el nexo entre el sacerdote y el pueblo; estás desde dentro tratando de ayudar y te conviertes en una referencia en la comunidad». Como el día de la fiesta del patrón, este mismo 5 de junio. Aún quedan en el jardín las guirnaldas y el mercadillo solidario sigue activo.

Miguel Ángel Rodríguez el día de la fiesta del patrón. Foto cedida por él.

De cara a su ordenación, reconoce que está «nervioso y con inquietud ante la responsabilidad; siento vértigo», pero «es normal», le ha dicho el párroco. «Lo raro sería que estuviera como si nada». «Lo que hay que tener claro —continúa— es que no llegas aquí por tus méritos, sino porque Él me ha elegido, y entonces te pones en sus manos». Así, se visualizará en la ordenación, cuando el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, le imponga las manos: «Si estoy bajo las manos del arzobispo, la Iglesia ha querido y Dios ha querido, pues a servir, que es lo propio de un diácono».

En este sentido se ve —al igual que sus otros dos compañeros de ordenación— como los sirvientes que llenaron las tinajas en las bodas de Caná. De hecho, es la imagen que han elegido para la invitación a la celebración. «María dice: “Haced lo que Él os diga”, y Jesús, que llenen las tinajas de agua; pues el diácono es el que las llena, es el primero en el servicio».