Desea verle - Alfa y Omega

Desea verle

Jueves de la 25ª semana del tiempo ordinario / Lucas 9, 7-9

Carlos Pérez Laporta
Herodes. Detalle de la obra La matanza de los inocentes. Foto: José Luiz Bernardes Ribeiro.

Evangelio: Lucas 9, 7-9

En aquel tiempo, el tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.

Herodes se decía:

«A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?».

Y tenía ganas de verlo.

Comentario

¿Cómo fue la vida de Herodes tras haber decapitado a Juan? ¿Cómo pasó sus noches al ver aquel rostro tan puro arrancado de su cuerpo y puesto sobre una bandeja de plata? Aquella imagen seguramente punzaba a traición su corazón cuando menos lo esperaba. En sueños, en algunos trayectos demasiado largos y aburridos, tras los días de vanas distracciones de corte, cuando su alma manifestaba dolorida su vacuidad… Entonces aparecían los ojos de Juan ante él, llameantes como siempre. Se sentía condenado. Su desasosiego se había colmado al cortar la cabeza de Juan: ya no cabía esperanza para él, ya nadie esperaba su conversión, ya nadie creía que era posible recuperarle para nada. Su pecado había agotado sus posibilidades.

Por eso aquellas noticias de Jesús le inquietan. Ante la posibilidad de un Juan redivivo, ante la vuelta de Elías, temía el castigo, la muerte, la condena eterna. Pero se tranquilizaba pensando que esas cosas no ocurrían en esta vida, donde él tenía el poder de condenar a muerte a placer: «A Juan lo mandé decapitar yo», dice para tranquilizarse. La causa de su condena era para él también el motivo de su tranquilidad mundana: en este mundo él tenía el poder, y no podía correr peligro. Pero «¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas? —añadió— Y tenía ganas de verlo». Quién sabe, quizá en medio de su desesperación Jesús le hace esperar. Desea verle, porque quizá en algún lugar recóndito, oscuro y confuso de su emponzoñada alma aún espera a Alguien. No de manera nítida. Seguro que confundido por sus muchos sentimientos. Pero desea verle. Ante las noticias de Jesús, Herodes se sorprende volviendo a desear, esperando una novedad en su vana vida.