Dejarse sorprender - Alfa y Omega

Dejarse sorprender es una maravillosa experiencia, y si quien nos sorprende es Dios mismo, pues miel sobre hojuelas. Nos sorprende en el día a día de nuestra vida de infinitas maneras, y nosotros no siempre somos capaces de captarlo. Tenemos miopía congénita. Esto sucede porque con frecuencia andamos despistados, enredados en tantas lides que nos abruman y aprisionan impidiéndonos descubrir lo más hermoso de cada momento y circunstancia.

No vemos lo que fluye a nuestro alrededor, lo que Dios nos regala a través de las personas, de los acontecimientos, de lo que nos sucede, de las cosas buenas y menos buenas escritas en el corazón de nuestro Dios providente y lleno de misericordia, con un plan que va desplegando amorosamente, minuto a minuto, con la condición de que nosotros nos dejemos.

Esa capacidad, rara para el común de los mortales, la tienen las personas con discapacidad intelectual en grado de excelencia. Ellas, ya lo he dicho en otras ocasiones, tienen una capacidad especial para captar lo pequeño, lo minúsculo, lo sencillo, lo que aparentemente no cuenta. Gozan con ello y se lo transmiten a todos con una sencillez pasmosa.

Son capaces, por ejemplo, de reconocer a larga distancia los gestos de amor que reciben. Y con ellas no puedes poner caretas. Ven más allá de lo que nosotros vemos, porque ven con el corazón. Esta es la clave.

Es una cualidad que habría que reivindicar ante nuestro Padre Dios. Pedirle con insistencia que nos dé la capacidad de gozar de lo que acontece, de la luz del sol, de las flores que crecen, de los gestos de amabilidad y amor de las personas con las que vivimos, del sentirte querido y valorado por lo que eres, del sentirse privilegiado porque tienes salud, familia, trabajo, apoyo, formación o, sencillamente, por existir. Hay una lista interminable de razones.

Sin embargo, tenemos la frecuente tentación de dar todo por sentado y pensar que todo nos es debido. La auténtica verdad es que no todo es debido, porque todo es gratuidad de Dios Padre.

Las personas con discapacidad intelectual saben de gratuidad y se dejan sorprender sin dificultad porque son sencillas y transparentes. Esto es una gran cosa que deseo para mí y para todos los que estáis leyendo estás líneas, soportando con elegante paciencia y benevolencia mis reflexiones. Dejémonos sorprender y gocemos de las sorpresas de Dios, que bien sabe lo que necesitamos en cada momento y circunstancia.