Cuando Lázaro Galdiano descubrió a los Lucas. Dos genios rescatados del limbo de los artistas olvidados
Hasta el próximo 4 de noviembre, gracias a la Fundación Lázaro Galdiano y a la Obra Social de Caja Segovia, se pueden descubrir, en el Torreón de Lozoya, de Segovia, las pinturas de Eugenio Lucas Velázquez, uno de nuestros mejores artistas románticos, y las de su hijo Eugenio Lucas Villamil, digno heredero de quien mejor consiguió personalizar las lecciones de pintura del maestro Goya





Si hoy en día Eugenio Lucas Velázquez (1818-1870) es reconocido como uno de los mejores representantes de la pintura romántica española, se debe sin duda al enorme interés que puso en su obra el coleccionista, bibliófilo y editor José Lázaro Galdiano, del que este año se celebra el 150 aniversario de su nacimiento. Todo comenzó en 1905, cuando Galdiano recibió una carta del director de un museo francés en la que le comentaba que tenía una pintura que podía atribuirse perfectamente a Goya, si no fuera porque estaba firmada por un tal Lucas, sobre el que requería información. Ante su desconocimiento sobre este pintor, Lázaro comenzó a investigar hasta que dio con el hijo de Lucas, el también pintor Lucas Villamil (1858-1918), con el que descubrió la calidad de un pintor que, en sólo medio siglo, había caído en el olvido.
Años después, el propio Lázaro Galdiano escribía, en el Catálogo de la exposición que él mismo dedicó a los Lucas en Nueva York (1942), la impresión que le produjo aquel primer encuentro, en el que se topó con un pintor que vivía en la pobreza, rodeado únicamente por cuadros que fascinaron a quien desde ese momento se convirtió en su mecenas: «Cuando le expliqué el propósito de mi visita, me dijo: —Yo no soy el Lucas que usted busca. Usted busca a mi padre. —¿Dónde está su padre? —Murió cuando yo era niño. —¿Y qué me dice de estos cuadros colgados de las paredes?, pregunté. —Los he pintado yo, respondió. Le cogí la vela de sus manos, miré los cuadros y vi que eran excelentes».
A partir de ese momento, la vida de Lucas Villamil cambió por completo, no sólo porque Lázaro le compró muchos de los cuadros colgados en su lúgubre casa, sino también por el encargo de pintar varios frescos de su residencia Parque Florido, hoy sede del Museo Lázaro Galdiano, entonces en construcción, e incluso la mujer del mecenas, Paula Florido, se enterneció por la situación del pintor y se encargó de que pudiera solventar muchas de sus carencias económicas.
Homenaje por partida doble
Gracias al buen olfato de Lázaro Galdiano, la exposición que está teniendo lugar en el Torreón de Lozoya, de Segovia, sirve de homenaje y reconocimiento, no sólo a los dos Lucas, sino también al mecenas que hizo posible el aplauso internacional que recibieron los dos pintores en las exposiciones que presentó en Munich y Berlín (1912), en París (1936) y en Nueva York (1942). En las 95 obras seleccionadas para esta muestra, se descubre la ingente capacidad creativa de Eugenio Lucas Velázquez, que, como no era muy amigo de los métodos académicos, prefirió aprender en directo de los grandes maestros en El Prado, donde se empapó tanto de la maestría de Goya, que consiguió reconvertir las pinceladas del pintor aragonés en obras propias, dotadas de gran personalidad y fuerza expresiva. Lo vemos en Procesión en la ermita (1861), con sus majas, chulapas y embozados de inspiración goyesca, y en Los cruzados ante Jerusalén (hacia 1850-1870). Se atisba también cierta incursión en el tenebrismo en los contrastes de luces que aparecen en Capea en un pueblo (1861).
Escarceos impresionistas
La personalidad polifacética de Lucas padre se descubre en sus escarceos con el impresionismo de su Romería en la ermita de San Isidro (hacia 1861) y en el romanticismo con el que tiñe sus paisajes, entre los que destaca Paisaje de contrabandistas (1861), una de sus obras maestras, también conocido como El desfiladero de Pancorbo.
En lo que se refiere a la obra pictórica de Lucas hijo, su virtuosismo, a la hora de imitar tanto a las pinturas de su padre como a las del propio Goya, ha traído de cabeza a quienes se han encargado de catalogar y atribuir sus pinturas. Aunque no llegó a la calidad pictórica de su padre, en obras como Misa de parida (hacia 1900), se descubre su dominio de la pincelada corta. En este cuadro, por cierto, Lucas Villamil representa una costumbre española que ya ha perdido vigencia, y que hace referencia a la primera Misa a la que acudía la madre después del parto y en la que ofrecía a la Virgen al recién nacido.
En estos momentos, la Fundación Lázaro Galdiano es una de las instituciones que custodia más obras de Eugenio Lucas Velázquez: 43 pinturas y 130 dibujos. De su hijo, Eugenio Lucas Villamil, conserva pinturas y dibujos y, por supuesto, los techos del actual Museo. Aquel día en el que Lázaro Galdiano redescubrió a los Lucas, nos permitió disfrutar de exposiciones como ésta, y, de paso, contribuyó al reconocimiento de dos pintores que hoy en día podrían formar parte del limbo de artistas olvidados.