Cuando el dolor redime - Alfa y Omega

Comentaba Carlos Esteban, en La Gaceta, la noticia, publicada en El Mundo, «sobre una pequeña rebelión que se había montado en una aldea gallega durante los cursillos de Primera Comunión contra las monjas que impartían la catequesis y que habían tenido la disparatada y morbosa idea de hablarles a los tiernos infantes del poder redentor del sufrimiento. Ahora, todo se limita al Jesús te ama y unos relamidos dibujitos de un Jesús inofensivo acariciando la cabeza a un niño. Ése es el nivel. Lo sorprendente es que, en la Galicia rural, les sorprenda que el cristianismo tenga algo que ver con el poder redentor» del dolor; «quizá el hecho de que el símbolo de nuestra religión no sea un smiley, sino un hombre colgado de un instrumento de tortura podría haberles dado alguna pista».

Coincidiendo con la polémica, precisamente, la web Religión en Libertad publicaba el testimonio de una mujer brasileña con cáncer que, gracias a su intensa oración y su testimonio en la enfermedad, salvó a su marido del alcoholismo, sacó a su hija de una depresión y evitó la ruptura del matrimonio de su hijo. «¡El cáncer vino a la hora exacta, a la hora de salvar mi familia!», le dijo la mujer, poco antes de morir, a un sacerdote que la confesó en el hospital. «¡Nunca he sido tan feliz como después del cáncer!».

El pesebre y la cruz

Uno de los aspectos más llamativos que muestra Joseph Ratzinger-Benedicto XVI en La infancia de Jesús (ed. Planeta) es que «la teología de la gloria está indisolublemente unida a la teología de la cruz». Este vínculo se expone explícitamente cuando Simeón, con el niño en brazos, anuncia a la Virgen que una espada le traspasará el alma. Pero algunos episodios concretos de la infancia de Jesús van a poner ya de manifiesto que no hay Redención sin Pasión.

«Dios es amor. Pero también se puede odiar el amor cuando éste exige salir de uno mismo para ir más allá —escribe el Papa—. El amor no es una romántica sensación de bienestar. Redención no es wellness, un baño en la autocomplacencia, sino una liberación del estar oprimidos del propio yo. Esta liberación tiene el precio del sufrimiento de la cruz. La profecía de la luz y la palabra acerca de la cruz van juntas».

Herodes Encarna ese odio a Dios, que recorre toda la historia de la Iglesia. Tras la visita de los Magos, que le preguntan por el recién nacido rey de los judíos, «con el fin de aclarar la cuestión sobre el pretendiente al trono, extremadamente peligrosa para Herodes, éste convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país (Mt 2, 4). Una reunión como ésta, y su finalidad, no podría mantenerse en secreto. El nacimiento presunto o real de un rey mesiánico llevaría sólo contrariedad y tribulación a los [habitantes] de Jerusalén. Éstos conocían muy bien a Herodes. Lo que en la gran perspectiva de la fe es una estrella de esperanza, para la vida cotidiana es, en un primer momento, sólo causa de agitación, motivo de preocupación y de temor. Y, en efecto, Dios estorba nuestra vida cotidiana. La realeza de Jesús y su Pasión van juntas».

Poco después vendrá la matanza de los inocentes. El evangelio de Mateo alude al Libro del Profeta Jeremías, con el llanto de Raquel, «que llora a sus hijos», y recibe como respuesta una palabra de consolación: «Esto dice el Señor: Reprime la voz de tu llanto, saca las lágrimas de tus ojos, pues tendrán recompensa tus penas». El evangelio de Mateo, sin embargo, omite la última parte, la «respuesta consoladora» (Raquel llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen). Aclara el Papa: «Es como un grito a Dios, una petición de la consolación no recibida y todavía esperada; un grito al que efectivamente sólo Dios mismo puede responder, porque la única consolación verdadera, que va más allá de las meras palabras, sería la resurrección. Sólo en la resurrección se superaría la injusticia, revocado el llanto amargo». También, «en nuestra época histórica, sigue siendo actual el grito de las madres a Dios, pero la resurrección de Jesús nos refuerza al mismo tiempo en la esperanza del verdadero consuelo».

Los inocentes de Newtown

La matanza de los inocentes se ha evocado mucho, estos días, en Newtown, tras la masacre en la escuela Sandy Hook (murieron 7 adultos y 20 niños). En Europa, monopolizaba el debate la cuestión de la posesión de armas, pero los norteamericanos han ido más allá. En la cadena Fox, decía el exgobernador de Arkansas, antiguo pastor baptista y fallido precandidato presidencial republicano Mike Huckabee: «El viernes, [el periodista] Neil Cavuto me preguntó: ¿Dónde estaba Dios? Y yo le dije que, durante 50 años, hemos intentado, sistemáticamente, excluir a Dios de nuestras escuelas y de nuestras actividades públicas, pero en el momento que se presenta una calamidad, nos preguntamos: ¿Dónde estaba Dios? A mi parecer, lo hemos sacado de nuestra cultura y lo hemos excluido de la vida pública. Y luego nos sorprendemos de que nuestra cultura sin Él, de hecho, refleje en lo que se ha convertido».

Aquel suceso le sorprendió al arzobispo de Filadelfia, monseñor Charles Chaput, en una entrevista radiofónica. El prelado recordó tragedias similares en colegios americanos, y pidió a los sacerdotes que estuvieran disponibles para las víctimas: no es cuestión de hablar mucho —aconsejó—, sino de estar presente, acompañar. Escribe el Papa en La infancia de Jesús: «En los Padres de la Iglesia se consideraba la insensibilidad, la indiferencia ante el dolor ajeno como algo típico del paganismo. La fe cristiana opone a esto el Dios que sufre con los hombres y así nos atrae a la compasión».

El debate con el arzobispo de Filadelfia se trasladó a la política. Un oyente le contó que oyó a un sacerdote pedir el voto, en las recientes elecciones, «por los pobres, no por los que todavía no han nacido».

«Nadie es más pobre que el no nacido y no tienen a nadie que hable por ellos», respondió monseñor Chaput. «Es un falso dilema. Somos responsables de los no nacidos, y somos responsables de los pobres». El problema con varias medidas de la Administración Obama, en particular la reforma sanitaria, que obliga también a las instituciones católicas a contratar seguros médicos con coberturas tales como fármacos abortivos y anticonceptivos, es que pretenden obligar a la Iglesia a elegir entre unos inocentes y otros. «Hay una gran tentación grande por parte de los obispos de transigir», reconoció. «Pero sería trágico, porque mostraría que no nos llevamos seriamente nuestros principios morales a la vida pública». Por eso, «al final, si nos obligan, simplemente diremos que no», sin excluir «actos de desobediencia civil». Puede que la batalla sea dura. «Asumiremos las consecuencias», anuncia el arzobispo, con la esperanza de que esa predisposición a la cruz genere un orden social más justo.