Conservar es mantener vivo - Alfa y Omega

La catarata de reacciones a la muerte de Benedicto XVI ha eclipsado el discurso que el Papa dirigió a la Curia romana con motivo de la felicitación navideña, y sin embargo en ese discurso hay luces importantes para entender este momento. Francisco empezaba por la necesidad de partir de la memoria del bien que el Señor hace en nuestras vidas y en el conjunto de la Iglesia. Sin esto, cualquier análisis nos aplasta, como vemos habitualmente en muchos comentaristas de la vida eclesial. Por ejemplo, en lugar de agradecer el gran don que la vida y el magisterio de Benedicto XVI suponen para el camino de la Iglesia, que siempre es renovación en la continuidad, algunos lanzan hipótesis fantasmagóricas sobre una lucha sin cuartel entre ratzingerianos y bergoglianos, personajes que muchas veces ni conocen ni siguen realmente a los Papas que invocan como bandera ideológica. La falta de memoria del bien que Dios nos regala conduce a la amargura y el resentimiento que destilan tantos análisis eclesiales.

El Papa incide también en la necesidad de aceptar que las personas y las instituciones eclesiales son necesariamente limitadas. Algunos fracasos son, incluso, una gracia, porque nos recuerdan que no tenemos que confiar en nosotros mismos, sino solo en el Señor. Este es un acento de profunda sintonía entre Francisco y Benedicto, y nos viene muy bien para moderar unos juicios que se convierten en cuchillos contra quienes no comparten la misma sensibilidad, y para relativizar cualquier estrategia, ya sea de reforma o de autodefensa.

Otra clave del discurso es que la tarea de comprender el mensaje de Cristo y comunicarlo nunca está concluida. Predicar «otro Evangelio», como diría san Pablo, es un gran pecado, y por eso la Iglesia cuida y discierne la formulación de la fe. Pero dejar de traducir el Evangelio a los lenguajes de este momento, dejar de profundizarlo en diálogo con las preguntas de este tiempo histórico también lo es. Aquí encontramos otro punto de luminosa sintonía. Francisco subraya que «conservar significa mantener vivo, no aprisionar el mensaje de Cristo». Y yo me pregunto: ¿hay una forma mejor de definir lo que han sido la vida y la misión de Ratzinger hasta el fin?