Por segundo año consecutivo preparamos una consagración al Corazón Inmaculado de la Reina de la Paz, que sigue la espiritualidad marcada por la Virgen en esa pequeña localidad de Bosnia y Herzegovina llamada Medjugorje.
Abrimos por lo tanto un par de grupos de WhatsApp, donde se convocaron numerosos entusiastas que nos llenaron el teléfono de mensajes de agradecimiento. Trazamos una línea de formación diaria: predicaciones, textos, oraciones, y un detallado examen de conciencia que conmovió a no pocos.
A lo largo de estos 40 días tocamos una variada gama de temas incisivos: vimos los mandamientos, los pecados capitales, las virtudes de María, los dones del Espíritu. Declaramos nuestra aversión profunda hacia al pecado (jamás al pecador). Trazamos una línea divisoria en nuestra mente donde pusimos la vida a la derecha, y a la izquierda, la cadena del mal que nos azota. Renunciamos a los métodos anticonceptivos artificiales, al aborto, a la eutanasia, al adulterio, a la fornicación, a los actos homosexuales, a las drogas, al alcoholismo, a la pornografía, a las uniones libres, a la nueva era, al impago de impuestos.
Como en aquella escena de los Santos Evangelios que narra el desencuentro entre dos hermanas: Marta y María, esta preparación supuso un paso del corazón de Marta al corazón de María. Porque aquella Marta se mantenía dispersa en los quehaceres del mundo, y aquella María, su hermana (no la Virgen), escuchaba absorta, con los cinco sentidos, las dulcísimas palabras del Señor.
Y como ella, cuando los corazones escuchan la predicación de la verdad se conmueven profundamente. No podría ser de otra manera, porque los corazones aman la verdad por más que muchas veces resulte dolorosa. Los corazones sanan con la verdad expuesta sin tapujos. Tan solo la Verdad nos fortalece, tan solo la Verdad nos muestra la salida, la única que hay: la de arrancar por fin de nuestras vidas los malos sedimentos culturales que el pasar de los años consolida en nosotros. Se trata de poner al descubierto todo aquello que nos daña, arrojarlo definitivamente de nosotros. Decir no, para siempre, nunca ha sido una renuncia tan sanadora como esta. Una cabal renuncia, necesaria, con que nos consagramos el pasado 25 de junio.