Con el Papa, Cuba mira al mañana - Alfa y Omega

Con el Papa, Cuba mira al mañana

El obispo auxiliar de Madrid y secretario general de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, acompañó al Papa en Cuba, un país al que le unen fuertes lazos personales. Éstas son sus impresiones:

Juan Antonio Martínez Camino
Miles de fieles escuchan atentamente las palabras del Papa, durante la Misa en La Habana.

Han sido tres días inolvidables. Tuve la suerte y el honor de concelebrar la Santa Misa con Benedicto XVI en Santiago de Cuba y en La Habana. También me fue posible conversar con muchos cubanos: obispos, sacerdotes, religiosas, taxistas, estudiantes, familiares residentes en la isla, etcétera. Vuelvo con la impresión de haber asistido a un acontecimiento histórico. El mismo Papa puso palabras a lo que se veía y escuchaba en estos días de vértigo: «Cuba está ya mirando al mañana».

No hay pueblo que no mire al futuro. Pero en ciertos momentos, como el que atraviesa la Cuba de hoy, el futuro próximo viene especialmente cargado de promesas. Todos hablan allá de eso. Todos esperan cambios que permitan salir del atolladero social y político en el que se ve atrapado el país. También las nuevas generaciones cercanas al régimen. El problema básico parece que estriba en cómo pilotar el cambio con sabiduría, de modo que puedan ser integradas ideas e intereses diversos y aun contrapuestos.

En este contexto, la presencia del Papa ha sido providencial y puede ser decisiva. Ciertamente, el sucesor de Pedro, aunque tenga también el rango de Jefe de Estado, no es un político. Quienes no lo vieran así no entenderían lo que ha pasado en Cuba en estos días; se quedarían muy cortos valorando el viaje del Papa sólo en clave política. Es mucho más lo que ha sucedido.

A pesar de todos los condicionamientos propios del régimen, Cuba entera ha escuchado al Papa y ha seguido la bella y sobria liturgia de la Eucaristía por la televisión; un porcentaje muy considerable de cubanos incluso han podido presenciarla en los lugares de las celebraciones. Allí esto es una gran novedad que impacta a la gente. Un gran impacto evangélico que no puede menos de tener consecuencias en el campo de la compresión y del ejercicio de los derechos fundamentales.

En la encrucijada por la que atraviesa, Cuba ha sido sometida de modo global a la benéfica influencia del mensaje y del sacramento de Dios. No puede pensarse un mejor contexto para inspirar y facilitar los cambios necesarios. Es de allí, de la Palabra y de la fuerza salvadora de Dios, de donde proceden la libertad y la paz de los espíritus, sin las que difícilmente pueden darse políticas verdaderamente promotoras del bien común.

En Cuba, el cambio ha de ir unido a la reconciliación. La Iglesia católica, a la que pertenecen tantos cubanos, vive en la isla y vive en Miami, porque tiene en Roma su centro de unidad y porque tanto en la Patria como en el exilio ha sufrido y sufre el dolor de sus hijos. Ella puede aportar al alma de Cuba impagables energías de libertad, paz y reconciliación, imprescindibles cuando espera tanto del futuro próximo.

En La Habana, me tocó sentarme junto a un obispo hijo de cubanos exiliados que ejerce su ministerio en los Estados Unidos. Su presencia aquella soleada mañana en el corazón de La Habana, junto con la de centenares de cubanos de la emigración forzada, era como un anticipo del deseo y objeto de la oración del Papa: «Que Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, en donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad».