Cómo hablar de Dios y hablar con Dios, hoy - Alfa y Omega

Cómo hablar de Dios y hablar con Dios, hoy

Hablar de Dios hoy puede parecer a cualquier desavisado o indocumentado algo así como hablar de los resultados de la Copa de Europa de fútbol, o del tiempo que va a hacer en el próximo acueducto de mayo que, en medio de la crisis, está siendo programado, con tanto realismo, por muchos. Fabrice Hadjadj, filósofo y escritor francés converso, judío de nacimiento, de apellido árabe y de confesión católica, ha escrito este maravilloso libro, cargado de ironía y de paradoja, titulado Comment parler de Dieu aujourd’hui?, publicado por Éditions Salvator, que está pidiendo a gritos, cuanto antes, la traducción a nuestra lengua. Para comprobarlo, basten estos párrafos entresacados de sus 215 páginas. Como no podía ser de otro modo, el libro concluye resaltando que, además de hablar de Dios hoy, y de cómo hacerlo, lo esencial es hablar con Dios

Fabrice Hadjadj
Curación del ciego, de Duccio di Buoninsegna (1308-1311). National Gallery, Londres.

«Muchos se imaginan que el punto decisivo de la nueva evangelización (lo que la haría verdaderamente nueva) consiste en adoptar novedades, en mejorar nuestros métodos de comunicación, en dominar mejor las más recientes tecnologías. El Evangelio, por sí solo, no funcionaría lo suficientemente bien: lo que hace falta es el Evangelio más los multimedia, el Rostro de Dios más Facebook, el Espíritu Santo más Twitter…, la gozosa Buena Noticia a la espera de las noticias, los medios convertidos en fines. Ya no se sabe lo que es importante comunicar, desde el momento en que no se comunica nada más que sobre la comunicación. Tenemos en la mano el mando de la tele, ¿qué importa el programa? He aquí la paradoja de nuestra era: cuanto más desarrollamos los medios de comunicación, menos cosas tenemos que comunicarnos, porque comunicar es incitar a consumir y si conseguimos que multitudes delirantes se precipiten a los grandes almacenes, somos grandes comunicadores».

«¿Qué pasaría si empezáramos a cambiar la Sagrada Forma por hamburguesas de tres pisos, si hiciéramos de la Misa un gran espectáculo fascinante, si adoptáramos el tono y los modales de los hijos de este mundo, transformando en agencia de publicidad la Orden de Predicadores? Pasaría que cautivaríamos, en vez de liberar; hipnotizaríamos, en vez de invitar a despertar; ganaríamos no a unos hermanos, sino una clientela; no a hijos, sino a abonados. La gente vendría hacia nosotros no por amor, sino por fuerza».

«Es innegable que Europa sufre un fenómeno de secularización: la existencia del hombre se concibe al margen de cualquier aspiración a una trascendencia. El fenómeno es de tal amplitud, que, incluso entre los cristianos, la fe aparece como algo colateral, como una guinda sobre la tarta; si no cada fin de mes, al menos cada fin de semana: se es católico una buena parte del domingo por la mañana, ¿no es verdad? Es decir, al menos, cuatro o cinco minutos durante la Misa… Lo humano parece haber perdido su legitimidad. Ya no vemos por qué hay que engendrar niños; por qué no, más bien, abortarlos (nihilismo), o fabricar androides (tecnocracia), o preferir tener un perro (ecologismo), o envolver a pequeños fanáticos en pañales repletos de explosivos (fundamentalismo)… Ante estas herejías posthumanistas, cada vez adquirimos más conciencia de que el Evangelio habla de una transformación del hombre que es una conservación de lo humano».