Chagall: niño, poeta y artista - Alfa y Omega

Chagall: niño, poeta y artista

Marc Chagall resiste a cualquier clasificación entre los ismos. Surrealismo, expresionismo, fauvismo o cubismo fueron vanguardias que influyeron en el artista, pero no determinaron la trayectoria de una vida casi centenaria. A Chagall sólo le definiría una palabra: belleza. Madrid acoge, hasta el 20 de mayo, la primera gran retrospectiva sobre este pintor, en España, en el Museo Thyssen-Bornemisza y en la Fundación Caja Madrid

Antonio R. Rubio Plo
La boda (1911-1912).

Chagall fue, ante todo, el gran virtuoso del color, sin dejar de ser un maestro del dibujo. Supo relacionarse con los grandes representantes de la modernidad artística y literaria del París de entreguerras, aunque nunca sucumbió a la tentación de preconizar la destrucción del pasado, que muchos de ellos defendieron. Su universo sacro, el de su religión judía, y el pequeño mundo de su infancia en una aldea de la Rusia zarista, estuvieron siempre presentes en su obra. No había por qué destruirlos ni olvidarlos. De eso ya se encargarían los ingenieros sociales y políticos de los totalitarismos del siglo XX. Antes bien, Chagall se reafirmó en sus tradiciones para construir su itinerario vital. Algunos le acusarían de ingenuidad infantil, pero el propio pintor confesaría que él era «un niño de cierta edad».

Uno de los temas recurrentes en la creación de Chagall es el de la pareja de enamorados, inaugurado con Las bodas (1910). En otras ocasiones, se reduce a un motivo de fondo, pues en muchos lienzos surge en el cielo el matrimonio formado por Marc Chagall y su esposa Bella Rosenfeld, una unión que duró más de tres décadas; ni siquiera la muerte de Bella, que llevó al pintor a una desoladora inactividad, pudo hacer que la amada desapareciera de sus obras. También su segunda esposa, Vava, le serviría de inspiración en sus últimos años.

Henry Miller definió certeramente a Chagall como un poeta con alas de pintor. En efecto, es el artista del ensueño, al que tan dados son los auténticos poetas, y que nada tiene que ver con los delirios oníricos de algunos surrealistas. Por el contrario, nuestro artista es un hombre de sueños serenos, como los que parece tener El poeta tumbado, de 1915. En esta obra, emerge la sencillez de la vida campesina: la paz de los bosques, los animales de la granja… Todo invita a la serenidad bajo un cielo color lila. El cuadro se pintó en el mismo año de la boda entre Marc y Bella, un tiempo de felicidad en el que no hacían mella los ecos no tan lejanos de la guerra europea y el presagio de la inminente revolución soviética. Chagall poseía la cualidad de convertir en verosímiles los sueños, aunque las vacas que vuelan o los colores en apariencia extravagantes, pretendan convencernos de que no son escenarios reales. Sin embargo, nadie podría asegurar que un niño que traza unos dibujos que un adulto consideraría disparatados, nos esté mintiendo. Chagall tampoco nos engaña en las repetidas evocaciones de su Vitebsk natal, inmutables a cualquier paso del tiempo, pero esos recuerdos no cansan al espectador, pues son el resultado de la constante capacidad de asombro del artista.

Él nunca pretendió ser otro enfant terrible de las vanguardias, pues siempre fue un niño alegre. Supo crear una geografía de la nostalgia con su ciudad natal, al tiempo que hacía de París su segunda Vitebsk, aunque esa nostalgia no era sinónimo de tristeza. Así, El vendedor de periódicos (1914) podrá presentar un rostro demacrado, pero su imagen es capaz de interpelarnos gracias a la mirada compasiva del pintor. El violinista (1911) puede ser un pobre de la calle, pero la miseria no podrá borrar la serenidad de su cara.

Los judíos de la Europa Oriental fueron probados por el sufrimiento, a lo largo de los siglos y sería comprensible que muchos hubieran respondido con el rencor. Sin embargo, no faltaron quienes hicieran acopio de serenidad y alegría, en medio de terribles acontecimientos. Acaso pueda ser una explicación el que muchos judíos, como la familia de Chagall, se educaron en la tradición del hasidismo, con su preferencia por las emociones y sentimientos en la búsqueda de Dios, algo opuesto al legalismo talmúdico de otros israelitas. El hasidismo creía que el conocimiento de Dios es fuente de alegría y que había que dejarlo todo a la bondad divina. Quizás este misticismo acercó a Chagall al misterio del sufrimiento, personificado en la figura de Jesús en la cruz. Gólgota (1912) es la primera de varias crucifixiones pintadas por el artista, en las que el origen judío del Crucificado sirve para poner en primer plano los padecimientos de su pueblo. Este Cristo sufriente se diría inspirado en el pensamiento de Dostoievski, presente en su novela El idiota, donde se nos recalca que es la única belleza que salvará al mundo.

La exposición se divide en dos sedes. En las salas del Museo Thyssen-Bornemisza se expondrán trabajos de sus primeros años y de su período en París. En la Fundación Caja Madrid, la atención se centrará en el período americano y en su evolución posterior, en la que abundan los asuntos bíblicos.