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Llegamos a la Plaza hacia las 16:45 h., dispuestos a aguantar lo que hiciera falta. Ninguno de nosotros esperaba que la lluvia se hiciera presente durante tanto tiempo. Lo reconozco: hubo momentos de cierta desesperanza… ¿Tiene algún sentido estar aquí, bajo la lluvia, si no sabemos si será hoy la elección del Papa? Al final, esperamos. Una gaviota se posa sobre la chimenea. Qué curioso, esta tarde los pájaros deciden sobrevolar sólo la Capilla Sixtina. Será porque es el único sitio un poco caliente, dicen algunos. Y entonces de la chimenea empieza a salir la fumata. Es negra. No, es gris. La gente grita: ¡Es blanca! No nos lo podemos creer. En minutos, también deja de llover. La gente no puede contener las lágrimas. Hasta nos abrazamos con desconocidos, hablamos, reímos. Yo tuve suerte, estaba en tercera fila. Alguien abre un poco la cortina, como quien quiere mirar pero no se atreve. La gente grita de nuevo. Al final, sale el protodiácono que dice con emoción ¡Habemus Papam! No podemos evitar las lágrimas. Nadie entiende el nombre. ¿Es italiano? ¡Que lo repita! ¡Que lo repita! Pero el protodiácono se esconde. Y sale un hombrecito que saluda al mundo, con humildad y casi con vergüenza. Y el Espíritu está con él. Se llamará Francesco. ¡Francesco! Los italianos lloran de alegría. Los argentinos no terminan de creérselo. Y los demás aplaudimos. El Papa nos pide que recemos para que Dios haga caer sobre él la bendición. Y el silencio de la Plaza es todavía más impresionante que sus palabras. Sólo a lo lejos se escucha la sirena de una ambulancia… Después de todo un día de lluvia –y con un pronóstico que desanimaría a cualquiera–, sobre el Vaticano se abre el cielo. Por fin, vemos las estrellas. Eso es algo que sólo quien ha pasado tres horas bajo la lluvia puede comprender. Tras la bendición, el Papa nos despide con un Buenas noches, que descanséis. Y el Espíritu aletea, animado, porque algo nuevo está naciendo.
Reconozco que, cuando apareció en la pantalla de televisión la chimenea con el humo blanco, sentí una mezcla de temor y alegría. Me acerqué a una iglesia cercana, me arrodillé, recé y di gracias a Dios porque nos había regalado un Papa cercano, un pastor al que no le es indiferente el que las personas vaguen por las calles solitarias de la pobreza, del hambre, del desempleo, del abandono, de la falta de amor, de la oscuridad de Dios, del vacío que llega al ser humano cuando no se tiene conciencia de su dignidad. El Papa Francisco nos invita desde ahora a que echemos las redes sin miedo y que conquistemos a los hermanos para el Señor. Nos ha llegado Francisco, jesuita, humilde, hombre de oración con la Palabra de Dios, de profunda espiritualidad ignaciana, que ha comenzado su ministerio rezando por Benedicto. Doy gracias a Dios y me pregunto cómo es posible que una chimenea tan pequeña haya dado una noticia tan grande.
La Iglesia, siempre universal, se ha hecho más universal con Su Santidad Francisco, hasta hace unos días cardenal arzobispo de Buenos Aires. Me congratulo con mis amigos y familiares argentinos por habernos dado el país del Plata el primer Papa de toda América, que al mismo tiempo lo es también no europeo, lo que, si cabe, lo hace más universal. El primer jesuita en el papado, el arzobispo Jorge Bergoglio, ha elegido un nombre del santo de Asís, pero también de un santo español que agrandó como nadie los límites de la geografía católica. Seguro que hará la barca de Pedro, sin duda, más misionera, recordando el dicho de san Francisco Javier: Si no encuentro una barca, iré nadando, en su afán de solucionar problemas para Dios.
El día 19 de abril de 2012, Alfa y Omega publicó la fotografía de un cuadro pintado por mí, con la imagen de Su Santidad, que le estaba entregando el cardenal Rouco, para darle las gracias por su visita a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Ese mismo día yo estaba presente en el Aula Pablo Vl, pero, como no fue posible que pudiera saludar personalmente al Papa, me escribió una carta muy cariñosa dándome su bendición y las gracias por haberlo pintado. Me recibió, en el Vaticano, el 13 de septiembre de 2012. Al ver a Su Santidad en persona me quede impresionada por el privilegio de llegar a su presencia, y porque, en muy poco tiempo, había sufrido un deterioro físico muy grande. Estaba más delgado y parecía muy cansado. Comprendo su renuncia. Quienes hemos tenido la suerte de acercarnos a Su Santidad nunca vamos a olvidar el momento en que te alargaba los brazos y apretaba tus manos con las suyas. Me vine con la enorme convicción de que había estado en presencia de un santo, y los hechos, tal como se están desarrollando, me lo confirman cada vez más.
No vamos a ver a Benedicto XVI en el futuro. Nos ha prometido orar por todos. No estamos tristes: nuestra fe y nuestra esperaza nos proporcionan la gracia del Espíritu, cuando las oraciones las dedica un siervo del Señor con el más preciado deseo de rogar por el amor fraterno. La espiritualidad y sabiduría de nuestro querido Benedicto XVI ha supuesto un conocimiento del amor de Dios, que nos ha dado al Papa como regalo, porque Benedicto XVI ha querido que los hombres y mujeres pudiésemos discernir sobre la razón y la fe, tan diferentes y tan concordes.