Cartas a la redacción - Alfa y Omega

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Porque estuve enfermo y me visitasteis

El 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Enfermo. Como cuñado de una enferma psíquica, quiero dar a conocer su tercer libro, escrito y presentado por ella: Porque estuve enfermo y me visitasteis (edición personal. Tel. 679 75 14 25). Gracias, Mercedes, por tu precioso libro, que con sencillez y valentía cuenta tu experiencia en los centros que has estado, pero sobre todo tu experiencia espiritual. Tu testimonio va dirigido a tus compañeros, a las familias de los enfermos, a los profesionales y también al resto de la sociedad. Gracias, en nombre de mi mujer y en el mío propio, a todas las personas que en estos años nos han apoyado. Ese apoyo moral ha sido para nosotros vital y ha venido por parte de personas muy dispares. A los familiares, les invitamos a que no pierdan la esperanza ni la paciencia; y resaltamos cómo en ocasiones, por mucho que duela, por circunstancias de la vida, la ayuda familiar no es la indicada ni la aconsejable para ayudar al enfermo. A los pacientes, compañeros de Mercedes, os digo que, para nosotros, ha sido una experiencia muy positiva el tratar directamente con vosotros, pues nos habéis demostrado una sensibilidad mayor que la media de las personas llamadas sanas de mente.

Carlos Rouzaut Ardáiz
Pamplona

Un cuento: El sueño de Lucía

Érase una vez una preciosa niña llamada Lucía. Sufría desde su nacimiento una grave deformación cerebral que le condenó a permanecer sujeta a una sillita de ruedas. Sin embargo, por su saber estar, por su mirada profunda y por su peculiar encanto, producía las delicias de toda su numerosísima familia. No puede andar, no puede expresar sus sentimientos, pero sus significativos gestos, su franca risa cuando algo le gusta o sus muestras de enfado golpeando con la cabeza el respaldo de la sillita, son indicios de su entendimiento. Lucía se encontraba, como todos los días, concentrada en su tablet, disfrutando de sus muñecos preferidos. La tarde iba cayendo poco a poco, y desde la calle llegaban los cánticos de los campanilleros del barrio. Todo transcurría normal, cuando de pronto ocurrió algo indescriptible. Los muñecos desaparecieron de la pantalla, y ésta fue iluminándose y agrandándose de forma espectacular. Atónita, Lucía abría y cerraba los ojos sin dar crédito a lo que veía, cuando apareció ante ella un ser sobrenatural. Se trataba de un ángel de esbeltas alas que, sonriente y amable, hacía gestos a Lucía para que fuera hacia él. Fue entonces cuando ocurrió algo tan sorprendente como milagroso: la pequeña Lucía, parsimoniosamente pero con naturalidad, apartó los obstáculos que la sujetaban a la sillita, puso un pie en el suelo, después el otro, y empezó a caminar hacia el angelical visitante. Unidos, pasaron a un fulgurante vergel de multicolores flores, alrededor de un frondoso y gigantesco árbol, que daba cobijo a cientos de pajarillos que alegraban el lugar con sus armoniosos trinos. Lucía no salía de su asombro y, con gran naturalidad, habló al ángel. Se emocionó al oír por primera vez el cálido tono de su voz, y feliz, sin más dilación, empezó a contar a su angelical pareja su corta historia: habló de sus padres, para ella lo mejor de su vida; de su numerosa familia, tíos, primitos a cual más guapo y simpático, recordó a sus abuelos, a los que quería por igual, pues los cuatro se desvivían por ella…, y a todos los recordaba por sus nombres. Se acordó hasta de su guapa vecinita, con la que tanto jugaba dentro de su quietud perenne. A la que con más alegría recordó fue a su inseparable hermanita Barbarita, esa hermana que, con tanta ilusión y anhelo, esperó su llegada para tener con quien jugar, y no pudo ser (a pesar de lo cual, no se desanimó, pues Lucía había llegado y ella estaría en todo momento a su lado, atenta a sus movimientos y deseos). Tras una pausa, y mirando a su providencial acompañante, le dijo: «Lo que no se me olvidará en la vida fue aquella mañana de primavera, cuando, vestida de blanco, me llevaron mis padres a la iglesia, ¡momento sublime!, y ante el altar, rodeada de niños y niñas, el sacerdote, como a una más, me hizo recibir mi Primera Comunión». El ángel escuchaba embelesado, toda la historia de la niña y, con gesto cariñoso, la invitó a que le siguiera. Ante sus ojos, apareció una espectacular pérgola envuelta en enredaderas de exótico colorido, dando paso a un edén donde los ángeles y querubines danzaban alrededor de la cuna del Niño Jesús naciente. Todo era maravilloso, pero cuando la alegría era mayor, sucedió… Lucía, guapa: ¿te has dormido? Era la voz de su madre, que con gran cariño la despertaba. Lucía abrió los ojos y, en su tablet, encontró de nuevo sus muñecos. Y colorín colorado, El sueño de Lucía ha terminado. Aunque en realidad ¿fue de ella el sueño, o del abuelo? Dicen que los sueños a veces se cumplen, ¿será éste uno de ellos? Sólo Dios y su Divina Providencia lo sabe.

José Luis López Farfán
Ex corresponsal de prensa y radio
Sevilla

Teníais razón. Merece la pena

Teníais razón y Merece la pena son las dos frases que más estamos repitiendo desde hace 10 meses. Somos Nacho (29 años) y Elena (27), casados desde el 2 de marzo de 2013. Hace 6 años hicimos juntos un Cursillo de Cristiandad que cambió nuestras vidas y, desde entonces, comenzamos a vivir nuestra fe arropados por una comunidad que, como pedacito de la Iglesia que es, nos ha acogido, cuidado y formado con el amor de una madre, y donde hemos aprendido a vivir confiando en los grandes planes que Dios tiene para nosotros. Teníais razón es lo que más les decimos a todos los matrimonios que nos encontramos y que han sido (y son) fundamentales para nuestra vocación, a través de su vida. Dios nutre a la Iglesia de matrimonios santos que, incluso sin quererlo, lanzan el mensaje de se puede a todos los jóvenes que cada vez miramos con más desesperanza el mundo que nos rodea. Se puede ser feliz, ¡se puede aspirar a ser un matrimonio santo! En nuestro caso, elegimos un lema: Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo, porque queremos que nuestro matrimonio sea instrumento al servicio de Dios, para decirle al mundo que se puede poner luz en medio de la oscuridad, que nuestra vida tiene sentido con Dios presente en ella. Y por eso, merece la pena es la respuesta que recibe la gente de nuestro entorno que nos lanzan dardos en forma de comentarios del estilo: ¿Aún os soportáis? ¿No os arrepentís? ¿No echáis de menos la soltería? ¡Con lo jóvenes que sois! ¡Si eso ya no se lleva! No podemos evitar esa sonrisilla que esconde un No sabes lo que te pierdes. A pesar de todas esas interferencias con que nos han taladrado la cabeza a los jóvenes, el mensaje de Jesucristo se sigue escuchando con nitidez abrumadora: Ven y sígueme. Ésa es la llamada que todos los cristianos recibimos, sea cual sea nuestra vocación, y a la que merece la pena decir Sí, para siempre.

Ignacio Usoz y Elena Calvo
Madrid