Nuestro Señor Jesucristo, a través de la Iglesia, nos regala un año santo en mi querida diócesis de origen, Santander. El Año Santo Lebaniego es una gracia para toda la Iglesia. Pero, como podéis comprender, siento un profundo agradecimiento hacia la Iglesia particular que nos ofrece durante este año esta gracia inmensa que nos invita a la conversión y a la misión. Es la Iglesia particular que, en nombre de Jesucristo, me acercó y me dio la Vida de Cristo por el Bautismo, me invitó a participar por primera vez en la Eucaristía, me hizo el regalo del sacramento de la Confirmación y me incorporó al presbiterio diocesano regalándome el ministerio sacerdotal. Os invito a todos a vivir y participar en el Año Santo Lebaniego. Estoy seguro de que allí sentiremos más y mejor la urgencia que los hombres tenemos de dar una versión nueva a nuestra vida y de salir a la misión para anunciar la Buena Noticia que mueve y conmueve todo lo que existe.
En el monasterio de Santo Toribio, muy cerca de los Picos de Europa, se conserva desde el siglo VIII la famosa reliquia del Lignum Crucis. Gracias a esa presencia tan preciada, desde hace siglos es un importante centro espiritual de peregrinaciones y alimento de religiosidad popular. ¡Cuántos años fui, por razón de mi ministerio como vicario general de la diócesis de Santander, a las reuniones mensuales de los sacerdotes de Liébana que se celebraban en el monasterio! A 1181 se remonta la constitución de la cofradía de la Santísima Cruz, a la que pertenezco desde que soy sacerdote. Los obispos de la época en que se constituyó, Juan de León, Raimundo de Palencia, Rodrigo de Oviedo y Martín de Burgos, se tomaron en serio esa religiosidad que hizo posible que conservemos hasta hoy el trozo más grande de la Cruz de Nuestro Señor y que la región haya dado tanta gente buena y santa. Según la tradición, pudiera ser la cofradía más antigua erigida en la Iglesia con este motivo. El Papa Julio II, el 23 de septiembre de 1512, autorizó para que se siguiera celebrando el Jubileo de Santo Toribio. En ese querido monasterio el monje Beato defendió la fe católica y escribió los célebres Comentarios al Apocalipsis que han tenido una importancia decisiva en la cultura y en el arte, ya que fueron copiados y miniados entre los siglos IX y XIII.
El Año Santo Lebaniego invita a que celebremos la conversión y la misión. La Cruz y el sepulcro vacío, es decir, la Muerte y Resurrección de Cristo, son inseparables. La Cruz es expresión del triunfo sobre las tinieblas. Mientras estamos preparando el próximo Sínodo de los Obispos dedicado a los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, ahora que nos encontramos en la fase de aproximar nuestras preocupaciones, opiniones y tareas, tenemos la gracia de que se abra en la Iglesia que camina en Cantabria este año santo. Como muy bien dice el obispo de la diócesis de Santander, monseñor Manuel Sánchez Monge, en su carta pastoralNuestra gloria, Señor, es tu Cruz, «el amor misericordioso del Padre y del Hijo hacia nosotros alcanza su cima contemplado el misterio de la Cruz […], en la Cruz entendemos que los caminos de Dios no son nuestros caminos». El Año Santo Lebaniego es un acicate nuevo con el que el Señor derrama su gracia sobre nosotros para hacernos la misma invitación que al apóstol Pedro: «rema mar adentro».
El Año Santo Lebaniego nos urge, nos llama e invita a «presentar el mensaje desde el corazón del Evangelio que es la belleza del amor salvador de Dios, manifestado en Jesucristo, muerto y resucitado» (EG36). «Con estilo misionero sabe centrar el anuncio en lo esencial y simplificar la propuesta» (EG35). Impliquémonos con la gracia del Señor en el dinamismo que engendra el pasar por la Puerta Santa que es Cristo, meta de la historia, único Salvador del mundo, que ha dado la vida por todos los hombres. Por la Cruz nos ha llegado la salvación a los hombres. Es en la Cruz donde se sintetiza para nosotros, los cristianos, el misterio de la Encarnación y de la Redención, de la Pascua plena de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María; el misterio de su pasión y muerte, de su resurrección y glorificación. En el misterio de la Cruz se encuentra el secreto y el principio vital que hace de la Iglesia casa de Dios, y la columna y el fundamento de la verdad. ¡Qué fuerza tiene la contemplación de la Cruz! En dicha contemplación nos penetra el misterio de la infinita piedad de Dios hacia nosotros, que llegó hasta las raíces más escondidas de nuestra iniquidad.
Pasemos por la Puerta Santa que es Cristo. ¿Cómo hacerlo en este Año Santo Lebaniego? Hay signos que son necesarios y que la Iglesia pone a nuestro alcance. Para recibir la gracia de las indulgencias y celebrar este Jubileo tenemos un lugar: el monasterio de Santo Toribio de Liébana, donde se encuentra el trozo más grande de la Cruz en la que muere Nuestro Señor. Hagamos una peregrinación exterior, pero que termine en esa peregrinación interior donde la perdonanza y la misericordia la celebramos con el sacramento de la Reconciliación y la celebración de la Eucaristía. El Año Santo Lebaniego nos va a dar oportunidad de ver la infinita piedad y amor de Dios hacia los hombres, que sigue suscitando en el corazón y en el alma de cada ser humano un movimiento de conversión y de redención que impulsa hacia la reconciliación. El cristiano, puesto delante de la Cruz, acoge el misterio, lo contempla y saca de él la fuerza suficiente para ir a la fuente que es el mismo Jesucristo, donde puede renovar su vida desde la raíz para vivir según el Evangelio.
Este Año Jubilar de Santo Toribio de Liébana, para mí como arzobispo de Madrid, se nos presenta como una oportunidad más de gracia que el Señor nos entrega, para que se hagan realidad aquellas palabras del apóstol san Pablo: «Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y este crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios» (1Cor 2, 1-5). Doy gracias a Dios por este tiempo de gracia y de sabiduría que el Señor nos regala a través de la Iglesia, y te invito a profundizar, reflexionar e incorporar tres realidades:
1. Contemplar la Cruz. ¿A qué y a quién te remite? ¿Te remite a los demás? ¿Para qué?
2. Vivir ante la Cruz de la que vino la salvación a los hombres, ¿te introduce en el ámbito de la misericordia y del amor a todos o te mantiene en la indiferencia?
3. Anunciar. ¿Descubres que el Sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación en tu vida te sitúa en la verdad? ¿Valoras ponerte delante del Señor, reconociendo tu verdad, para que Él por amor te entregue su Verdad, que es gracia?