Carpa de Dios, abierta a todos en Madrid - Alfa y Omega

El Evangelio de Juan (también los otros) nos proclama claramente, breve y sustancialmente, el misterio de la Encarnación (que es el de Navidad): «Y el Verbo se hizo carne y puso su tienda de campaña (su carpa) entre nosotros» (Jn 1, 14). No es la misma, pero sí Él mismo el que ha estado 40 horas en la plaza de Colón, carpa de Dios abierta para todos sin excepción.

40 horas en una carpa con Dios. Parte de estas horas, como experiencia entrañable, ha sido mi lote y mi heredad en Navidad. Yo también estuve allí; con Él y con ellos, tantos y tantas, de toda edad y condición.

Eran las cinco de la tarde, viernes 28 de diciembre, cuando se abrieron solemnemente, gozosamente, las puertas de Dios, libre acceso a Dios. En minutos, se llenó la carpa con gente variopinta, de toda edad y de todos los estamentos (seglares y religiosos). En esto llegó el cardenal: sencillamente, sin trompetas ni banderitas, claro está. Un diácono joven con estola blanca se subió por una escalera frágil y luminosa en medio de tanta oscuridad, y expuso el Santísimo allí en lo alto, visible para todos.

Nos resultó fácil la adoración, mirándole y cantándole: «No adoréis a nadie más que a Dios», canto entonado por unas religiosas jóvenes en primera fila, con voces finas y blancas. La gente, con su mirada de fe, entendía fácilmente en silencio, sin ningún sermón, que es fundamental en la vida del cristiano la adoración a Dios, sólo a Dios, para encontrarse con Él y con uno mismo, también en medio de esta gran urbe.

A favor de la familia, y de las familias allí presentes, que se han sentido arropadas humana y espiritualmente. Niños pocos, porque la oscuridad y el frío de fuera lo hacían difícil, aunque dentro había calefacción.

El Seminario estaba presente organizativamente (junto con otras fuerzas vivas eclesiales). Uno de los formadores del seminario me llevó a uno de los confesionarios blancos que nos recuerdan la JMJ, de feliz e imborrable memoria. Allí estuve varias horas recibiendo a gentes de todas las edades y estamentos varios. En el confesionario blanco de al lado, confesaba el propio cardenal de Madrid, como lo hiciera el Papa en el parque más cercano a éste. Vi cómo se le acercaba (entre otros) un joven en silla de ruedas…

Por allí andaba antes del comienzo, y entró enseguida, un obispo cercano y conocido, el mismo que fue vapuleado mediáticamente por haber dicho en voz alta que el matrimonio verdadero es entre hombre y mujer. También esa verdad está incluida en el acto de hoy.

Y dos cosas más: al terminar, un joven que se había ya confesado una hora antes, interrumpió espontáneamente su oración para ofrecerse a acompañarme a un taxi. Era muy entrada la noche. La radio, en un programa llamado La Linterna, dijo (entre otras cosas): «Hoy han proclamado las virtudes heroicas de aquel gran Papa Pablo VI». Yo dije para mí: el mismo que, en una visita ad limina, me dijo, al pedirle un consejo personal para mí: «Una gran confianza en Dios cuando las cosas van mal». Pues no faltan en nuestro entorno algunas cosas que van mal, y pueden ir mejor.