Cardenal Rouco Varela: «En la familia recibimos el primer conocimiento de Dios»
El cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, presidió la Eucaristía, en la que concelebraron los obispos auxiliares, Vicarios episcopales y numerosos sacerdotes que acompañaban a los peregrinos madrileños, en Torrent, ciudad cercana a Valencia. Veinte de sus habitantes perdieron la vida en el accidente del Metro ocurrido esa semana. Ofrecemos lo esencial de su homilía, pronunciada apenas unas horas antes de la llegada del Papa a Valencia:
El Santo Padre llega a Valencia para los actos que culminan el V Encuentro Mundial de las Familias. La ciudad de Torrent ha acogido a los peregrinos de la archidiócesis de Madrid.
Cuando se celebra la Eucaristía, celebramos un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado, pero cuya actualidad siempre va a más, nunca se pierde en el tiempo. La muerte de Jesús en la Cruz y su resurrección se han quedado grabadas en la historia del hombre con una actualidad que nunca perece. Por eso, al celebrar la Eucaristía, esa actualidad la volcamos en la actualidad de nuestros días. El marco de esta celebración es la ciudad de Torrente, en la que veinte de sus hijos han muerto en el accidente del Metro que tuvo lugar en Valencia; y precisamente cuando iba a comenzar el V Encuentro Mundial de las Familias. La preparación para este Encuentro tiene que tener en cuenta su objetivo principal, que es el de considerar, valorar, apreciar y hacer vida de nuestra vida, sobre todo para los cristianos y las familias cristianas, la realidad de la familia como transmisora de la fe. Nos vemos obligados a celebrar la Eucaristía teniendo en cuenta la realidad del dolor vivido por la ciudad de Torrente y sus familias.
En realidad, la Iglesia es familia, uno de los conceptos, ya en el Nuevo Testamento y luego a lo largo de toda la historia de la Iglesia, con los que se ha querido expresar lo que ella es. Por muy extendida que se encuentre en el mundo, por muy numerosos que sean sus hijos -las estadísticas hablan de mil millones de católicos-, la cantidad y la magnitud no afectan a la cualidad de nuestra relación mutua, vivida en esos términos de universalidad tan pronunciados y tan visibles como los que presenta la Iglesia católica en el mundo. Somos una familia, por encima de divisiones terrenas; yo siempre digo que, para mí, es más hermano mío un católico de Japón que un señor de Villalba, mi pueblo en Galicia, si éste no fuese católico -¡lo que pasa es que los de Villalba son todos católicos!- La Iglesia es una gran familia; la archidiócesis de Madrid se siente hoy muy unida a la ciudad de Torrente en estos días de dolor, y también de gozo por la presencia del Santo Padre. No estaremos solos con el Papa en estos días, sino que toda la Iglesia estará con nosotros, en una comunión invisible de oración y celebraciones, de deseos y de esperanzas. Todo ello lo celebramos en torno a la familia que constituye la comunión de la Iglesia católica. Y en esta Eucaristía tenemos delante de nosotros la figura de la familia de Nazaret, como modelo al que hay que mirar para nuestras familias.
Hace cuarenta años, la verdad de la familia nadie la ponía en cuestión. Era algo evidente, algo de lo que todos hemos gozado: nosotros, nuestros hermanos, nuestros padres, nuestros abuelos… La familia constituía una experiencia tan espontánea y tan llena de sentido, por muchas cruces por las que se pasara, que nadie dudaba de que ésa es la fórmula, el modo primero para que el ser humano encuentre el camino de la vida, pueda nacer dignamente, pueda ser educado dignamente, y pueda conocer y vivir las grandes experiencias de la vida. Nadie ponía en duda que en la familia uno recibía los instrumentos más precisos para el conocimiento del otro: qué es ser hijo, padre o hermano, y cómo hay que mirar al otro. Y no es algo sólo para la Iglesia para la que utilizamos el término familia, sino también para la Humanidad, para la patria común. En realidad, así nos lo muestran los planes de Dios; cuando la Historia termine, habrá una gran familia humana, que será la familia de los hijos de Dios.

Esas vivencias acerca del valor de la familia ya no son tan evidentes hoy, no digamos si hacemos la reflexión sobre la familia a la luz de la familia de Nazaret, como ámbito de transmisión de la fe. La familia es donde se recibe el primer conocimiento de Dios, del Dios vivo, el que se ha hecho hombre para salvarnos. Cuando le preguntan a uno: ¿A usted quién le evangelizó?, no se puede más que decir: Mi madre y mi padre. Es de sus labios de quien oímos por primera vez el nombre de Jesús y de María. Hemos recibido la fe en Dios del mismo modo que hemos recibido los primeros alimentos. El primer alimento espiritual lo hemos recibido en casa. Cuando eso no es así, en la historia del joven se producen rupturas muy duras, difíciles de sanar, con vacíos difíciles de llenar.
La Iglesia no es sólo una gran familia, sino que se compone ella misma de familias. La fe de la Iglesia es una fe vivida en pequeñas familias. Por eso, a lo largo de los siglos, a la luz de la fe, decimos que la familia es una pequeña Iglesia, una Iglesia doméstica.
La verdad de la familia
Nos preparamos para recibir la visita del Santo Padre como un momento de afirmación de la fe en la verdad plena de la familia, en sus posibilidades sin límites, en su vocación de servir al hombre; no puede ser sustituida por nada ni por nadie. Todo ese discurso acerca de los nuevos modelos de familia, al final, es ambiguo y falsifica la verdad y la realidad, no sólo acerca de la familia, sino del mismo hombre. Profesar la verdad del Evangelio sobre la familia es uno de los objetivos del Encuentro con el Santo Padre. Debemos pedir que esa verdad sobre la familia no se pierda, sino que salga reforzada.
La experiencia de las familias cristianas en España y en Europa es una referencia cultural, humana, religiosa y hasta política. Cada vez somos más europeos todos, para lo bueno y también para lo que no es tan bueno. La familia es el modelo de futuro para Europa, a la hora de establecer las bases de la convivencia social. La familia es el modelo básico y fundamental de la estabilidad del hombre, en el amor, para dar vida, que cuaje en nuevos niños. No es un asunto cultural, sino que el modelo de la familia es el verdadero para todo hombre en este mundo. Por eso, debemos pedir que la Iglesia, en todo el mundo, sea sembradora de esta verdad de la familia; va unida al anuncio de Jesucristo sobre la verdad del hombre, pertenece a la esencia del Evangelio de Jesucristo. No hay Humanidad sin matrimonio y sin familia, y no hay Humanidad salvada sin matrimonios y sin familias, concebidos como un gran sacramento, en la unión de Cristo con la Iglesia.