En la clausura del congreso sobre El Corazón de Jesús, esperanza del mundo, el arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE, Luis Argüello, ha trazado las líneas maestras de lo que ha denominado Programa 2033, un apelativo que él mismo ha reconocido, con humorismo, no pretende ser la antítesis de la manoseada Agenda 2030 de Naciones Unidas, sino que mira al Jubileo de la Redención que tendrá lugar en 2033. Hay que reconocer, también con algo de humor, virtud muy necesaria para este momento, que los programas eclesiales son siempre relativos y que dependen de que exista un sujeto cristiano en disposición de hacerlos carne e historia. En todo caso, estamos ante un programa bien articulado, ambicioso. Nos toca vivir un tiempo bello, dice el presidente de la CEE, porque el hombre se ha puesto en pie consciente de su dignidad; pero es también un tiempo dramático, porque ese hombre ha cortado el vínculo con su fundamento, que no es otro que el amor de Dios manifestado en el corazón humano y divino de Cristo. Por eso la persona ha sido reducida a individuo, que solo encuentra su sostén en el poder; por eso el deseo, artificialmente excitado por el consumismo, languidece o se desenfoca. «¡Es posible un milagro social!», proclamó Argüello, es posible aclarar los nudos de la antropología, la economía y la política con la propuesta de la doctrina social que brota del camino de la Iglesia, como viene apuntando el Papa León. «El mundo puede cambiar desde el Corazón de Cristo», y para ello se necesita una Iglesia marcada por la comunión, conmovida por la necesidad de los hombres y mujeres de este tiempo, una Iglesia «que no se refugie en sus cenáculos ni ponga su esperanza en recuperar el poder». Una Iglesia que sea hospital de campaña y tienda del encuentro, que anuncie sin miedo la verdad.