Blasfemia en París - Alfa y Omega

Blasfemia en París

Se avecinan tiempos difíciles. El miedo al terrorismo va a poner a prueba la convivencia en las sociedades europeas

Alfa y Omega

París, 13 de noviembre. Una vez más Dios ha sido hecho rehén por quienes insisten en matar en su nombre. Nohemí González (23 años), Nick Alexander (36), Djamila Houd (41), Thomas Ayad (34), François-Xavier Prévost (29), Alberto González Garrido (29)… y así, hasta 129 hombres y mujeres fueron asesinados a causa de la más perversa instrumentalización del nombre del Creador. Para la violencia, decía el Papa a TV 2000, no existe justificación «religiosa» ni tampoco «humana». El verdadero creyente no puede separar ambas dimensiones, como argumentaba Benedicto XVI en su célebre –y ampliamente incomprendido– discurso en Ratisbona: «Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios». Por ello, en rigor, los asesinatos del viernes deben calificarse de «blasfemia», como hizo el domingo Francisco.

Son momentos para pedir por las víctimas, por sus familias, por Francia, por Europa, por quienes diariamente padecen la guerra y la violencia en Siria, en Irak o en cualquier otro lugar. Pero cada atentado de estas características pone sobre la mesa la necesidad de un serio debate en el islam, un debate que –gracias a Dios– se va abriendo paso. Los musulmanes de bien –la mayoría– o los refugiados que llegan a Europa huyendo de la guerra deben sentir a su lado a los cristianos, sobre todo cuando injustamente se les mira con sospecha. Se avecinan tiempos difíciles. El miedo al terrorismo va a poner a prueba la convivencia en las sociedades europeas. ¿Hasta qué punto creemos en los valores de democracia, justicia y libertad que nos orgullecemos de profesar frente a quienes desean aniquilarnos?, se preguntaba el domingo en el funeral de París el cardenal André Vingt-Trois.

El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Papa, ha extendido a los musulmanes la invitación a celebrar el Año de la Misericordia. El terrorismo ha ser combatido, es evidente, pero además hace falta romper con la espiral del odio, construir. Visitar al enfermo, dar de comer al hambriento, alojar al forastero… Estos son los mejores, los únicos puntos de encuentro posible entre personas de distintas creencias y convicciones para construir, entre todos, un mundo mejor.