Benedicto XVI, en la prensa nacional e internacional: Una persona, no un programa
Lo ha dicho con exquisita claridad al diario Le Monde el cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo emérito de París y uno de los electores en el Cónclave: «Váyanse quitando de la cabeza que éste es un Papa de transición. No hemos elegido un programa, sino a una persona». Sobre la personalidad del nuevo Papa Benedicto XVI se ha podido leer mucho últimamente en la prensa nacional e internacional. El cardenal Julián Herranz, Presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, decía en una entrevista a Juan Manuel de Prada, en ABC del pasado domingo: «Yo le conozco bien, es un hombre de una sencillez y afabilidad extraordinarias. En el momento de su elección, lo vi como lo he visto siempre: con una gran paz y serenidad interior. La víspera de que lo eligiéramos Papa coincidí con él en la misma mesa para cenar; él se encargó de servirnos el agua y el vino a los demás, aunque era el Decano del Colegio cardenalicio y estaba presidiendo el Cónclave. Con gran sencillez, escuchaba, preguntaba, cedía el paso en el ascensor. Ya después de la elección, quiso cenar y dormir con los demás en Santa Marta».
Son detalles que hablan del carácter amable –en el sentido literal de la palabra– del Papa, y que van configurando una imagen lejana de la que muchos han pretendido fabricar en estos días. El cardenal Tarsicio Bertone, Secretario durante siete años de la Congregación para la Doctrina de la Fe –y, por tanto, uno de los principales colaboradores de Benedicto XVI en los últimos años–, preguntado por el Corriere della Sera acerca del carácter del Pontífice, ha respondido con una anécdota: «Una noche atravesábamos la Plaza de San Pedro camino a casa. En cierto momento, un grupo de jóvenes alemanes reconoció al cardenal Ratzinger y se acercaron a saludarlo. Él respondió a su saludo y se puso a hablar con ellos; después decidieron entonar todos un canto en alemán, polifónico, bellísimo. Ya entonces los jóvenes consideraban al cardenal Ratzinger una guía, un amigo». También habla de la dimensión interior de un hombre que ha tenido cerca en los últimos años: «He tenido el regalo de trabajar junto a un gran hombre de ciencia, dotado de una inteligencia poco frecuente, una cultura superior y una claridad de expresión cristalina. Pero me ha impresionado también que es un gran hombre de fe, de una espiritualidad sencilla y profunda al mismo tiempo. Espiritualidad que le ha dado una gran paz en estos días».
Otra de las personas que le conoce bien es el periodista Peter Seewald, autor junto con el entonces cardenal Ratzinger de La sal de la tierra y Dios y el mundo. En una entrevista publicada por El Mundo, el lunes 25 de abril, declaraba: «En 1992 me encargaron escribir un perfil biográfico sobre el cardenal Ratzinger; fue todo menos una alabanza. Creí que después de aquello no volvería a dirigirme la palabra. Más tarde, la editorial me propuso escribir un libro junto con él. Les dije que no pensé que fuera a aceptar, pero dijo que sí. Yo vengo de una familia de izquierdas, nada más lejos del cardenal; pero me fascinó porque era el crítico social más radical de nuestro tiempo. Sus ideas me parecieron convincentes… No sólo lo admiro, sino que tengo grandes expectativas depositadas en él. Volverá a las raíces de los Padres de la Iglesia, y al Concilio».
Son muchas las expectativas que se han creado sobre el nuevo Papa. En este sentido, ha escrito Olegario González de Cardedal una Tercera en ABC del pasado domingo: «Sabemos cómo ha sido el Ratzinger teólogo y Prefecto de la Congregación para promover y defender la fe. No sabemos cómo será el Ratzinger Papa. El hombre configura la misión asumida. Pero la misión asumida configura al hombre. Otra responsabilidad y otro horizonte de Iglesia y del mundo ensancharán su mirada, sus decisiones y su magnanimidad. Él ha mirado no sólo a las ideas sino también a los hombres. En momento crítico escribió: Del concepto de revelación forma parte siempre el sujeto receptor. Donde nadie percibe la revelación, allí no se ha producido ninguna revelación, porque allí nada se ha desvelado. La idea misma de revelación implica un alguien que entre en su posesión. Velar para que esa revelación de Cristo sea oída y percibida como gloria y juicio del hombre, crearle un lenguaje, instituciones y presencias nuevas, es su gran tarea».
La aventura del hombre
George Weigel, autor de la apasionante biografía de Juan Pablo II Testigo de esperanza, ha hecho, en The Wall Street Journal, una lúcida comparación de la época actual con aquella en la que surgió la gigantesca figura de san Benito, en los últimos estertores del Imperio romano: «Gracias a san Benito y al monacato occidental, el declive de la civilización clásica fue la ocasión para el comienzo de una nueva cultura. Ahora, el Papa Benedicto XVI es también consciente de la posibilidad de que Occidente se enfrente al riesgo de una nueva edad oscura. Alasdair MacIntyre escribió que, en un tiempo en el que el relativismo nos ha conducido a un estéril y apagado clima cultural, el mundo no está esperando a Godot, sino a un nuevo san Benito. El mundo tiene ahora a un nuevo Benito. Podemos estar seguros de que nos conducirá a todos a una noble aventura humana, que no tiene otro nombre que el de santidad».