Aurelio Cayón: «Cuando se abrió la casa, el sida estaba en sus peores años»
Este religioso ha vivido su primera Jornada de la Vida Consagrada como vicario episcopal de esta realidad. Fue director de una casa de acogida a enfermos de sida
En sus primeras palabras tras el nombramiento habló de comunión. ¿Cómo avanzar en este ámbito en una vicaría que reúne a tantos carismas?
Por una parte, creo que hay que profundizar en lo que somos y estar arraigados ahí. Pero también hay que profundizar en nuestra consagración bautismal, que nos une al resto de fieles. Estamos llamados a caminar juntos. Por eso, el Papa insiste tanto en la sinodalidad, que es otra forma de hablar de la comunión. Se trata de avanzar unidos, siguiendo al Señor, tratando que las diferencias que tenemos no sean obstáculos.
¿Cómo se concreta esto en el día a día?
Hay muchos proyectos que salen adelante gracias a la participación de distintas congregaciones de vida consagrada. En Cáritas, por ejemplo, tenemos muchas iniciativas en las que colaboran distintos institutos. Uno de los ámbitos más conocidos de colaboración intercongregacional es el de la lucha contra la trata y la atención a las víctimas. También se da en el entorno escolar. Tenemos tantos colegios de instituciones de vida religiosa… otros son diocesanos o de otras entidades católicas, pero van haciendo un camino juntos a través de la FERE o de Escuelas Católicas. En cualquier caso, debemos seguir profundizando en este ámbito de los proyectos comunes.
Además de la comunión, ¿cuáles serían otros retos de la vida consagrada madrileña?
Diría la apertura a otros ámbitos tanto de Iglesia como sociales. El entrar en relación también con otras instituciones. La acogida a los diferentes, a los migrantes, a quienes se sientan más desprotegidos. Y aunque son retos no solamente de la vida consagrada, sino de toda la Iglesia, creo que la vida consagrada puede hacer una aportación interesante ahí.
Este viernes comienza el Congreso de Vocaciones. ¿Cuál es el panorama vocacional en la vida consagrada?
La vida consagrada madrileña, como en el resto de España y, en realidad, en todo el mundo occidental, está en un periodo de envejecimiento y de disminución clara del número de miembros. Antes éramos muchísimos, pero ahora las vocaciones son escasas. Hay que decir, sin embargo, que no son inexistentes. No solamente Dios sigue llamando, sino que la gente sigue respondiendo a la llamada que el Señor hace. Yo creo que el reto es seguir dando testimonio de la vivencia gozosa de la propia vocación, y que ese testimonio pueda ser conocido y compartido en la Iglesia. Todos estamos invitados a salir al encuentro de las personas y, desde ahí, dar a conocer nuestra vocación y nuestro camino concreto.
¿Ha sido la Jornada de la Vida Consagrada, celebrada el pasado domingo, una oportunidad para ello?
Sí, también, pero sobre todo una oportunidad para celebrar y dar gracias al Señor por habernos llamado a seguirle.
Usted fue director de la casa de acogida para enfermos de sida de la diócesis de Salamanca. ¿Qué recuerdos tiene de aquella experiencia?
Muchos, pasé allí siete años. Lo que más recuerdo es el encuentro con las personas y sus estigmas. Cuando se abrió aquella casa, el sida estaba en sus peores años. Los que entraban lo hacían, normalmente, para morir dignamente. Su estancia solía durar tres meses. Todo eso fue cambiado a medida que avanzaban los tratamientos. Se fue convirtiendo en una enfermedad crónica. Allí las personas se sentían de verdad personas, y muy queridas. Esto, precisamente, la falta de amor, es lo que les había llevado en la mayoría de los casos a esta situación. Recuerdo un hombre, relativamente joven, con unos 30 años, que murió en la época en la que yo estuve por allá. Una noche, mientras le estaba ayudando a asearse, me preguntó: «¿Cuánto tiempo estuvo Jesús en la cruz?». Yo le dije: «Tú llevas más, ¿verdad?». No sé, el ver el rostro del Señor en las personas que están a tu lado, y a las que a lo mejor puedes ayudar a que tengan más ilusión por vivir, es siempre algo muy grande. Es una especie de don que Dios nos da siempre que nos acercamos a alguien necesitado.