Aquí, las piedras siguen gritando la Buena Nueva
Las claves del viaje del Papa a Tierra Santa

Algunos afirman que la religión es necesariamente una causa de división en el mundo; y por eso afirman que cuanta menor atención se preste a la religión en la esfera pública, tanto mejor. Por desgracia, no se puede negar la contradicción de las tensiones y divisiones entre seguidores de diferentes tradiciones religiosas. Sin embargo, ¿no sucede con frecuencia que la manipulación ideológica de la religión, en ocasiones con fines políticos, es el auténtico catalizador de las tensiones y divisiones con frecuencia también de la violencia en la sociedad? Los cristianos describen a Dios, entre otras maneras, como Razón creadora, que ordena y guía al mundo. Y Dios nos da la capacidad de participar en esta Razón y así actuar según el bien. La adhesión genuina a la religión, lejos de restringir nuestra mente, amplía el horizonte de la comprensión humana. Protege a la sociedad civil de los excesos de un ego incontrolable, que tiende a hacer absoluto lo finito y a eclipsar lo infinito; asegura que la libertad se ejerza en consonancia con la verdad; y enriquece la cultura con el conocimiento de lo que concierne a todo lo que es verdadero, bueno y bello.
(A los líderes musulmanes, cuerpo diplomático y Rectores de universidad. Mezquita Al-Hussein, de Ammán
He venido aquí para detenerme en silencio ante este monumento, erigido para honrar la memoria de los millones de judíos asesinados en la horrenda tragedia de la Shoá. Perdieron la vida, pero no perderán nunca sus nombres: están indeleblemente grabados en los corazones de sus seres queridos, de sus compañeros de prisión, y de quienes están decididos a no permitir nunca que un horror así pueda volver a deshonrar a la Humanidad. Sus nombres, en particular y sobre todo, están grabados para siempre en la memoria de Dios Omnipotente. La Iglesia católica siente profunda compasión por las víctimas aquí recordadas. Sus sufrimientos son los suyos, y suya es su esperanza de justicia. Queridos amigos, estoy profundamente agradecido, tanto a Dios como a vosotros, por la oportunidad que se me ha dado de recogerme aquí, en silencio: un silencio para recordar, un silencio para esperar.
(En el Memorial Yad Vashem a las víctimas del Holocausto, Jerusalén)

Nos hemos reunido bajo el Monte de los Olivos, donde nuestro Señor rezó y sufrió, donde lloró por amor a esta ciudad y la deseó que pudiera conocer el camino de la paz, donde Él regresó al Padre. Vosotros, cristianos de Tierra Santa, estáis llamados a ser no sólo un faro de fe para la Iglesia universal, sino también levadura de armonía, sabiduría y equilibrio en vuestra sociedad. La comunidad cristiana en esta ciudad, testigo de la resurrección de Cristo y de la efusión del Espíritu, debe hacer todo lo posible por conservar la esperanza entregada por el Evangelio.
(De la homilía de la Misa en el Valle de Josafat, Jerusalén)

Mi corazón se dirige a los peregrinos de la martirizada Gaza: llevad a vuestras familias y comunidades mi caluroso abrazo, mis condolencias por las pérdidas, las adversidades y los sufrimientos que han tenido que soportar. Desde el día de su nacimiento, Jesús fue un signo de contradicción, y lo sigue siendo hoy. Aquí en Belén, en medio de todo tipo de contradicciones, las piedras siguen gritando esta buena nueva, el mensaje de redención que esta ciudad, por encima de todas las demás, está llamada a proclamar al mundo. No temáis. Éste es el mensaje que el sucesor de Pedro quiere dejaros, haciéndose eco del mensaje de los ángeles y de la consigna que el amado Papa Juan Pablo II os dejó el año 2000 del nacimiento de Cristo.
(De la homilía de la Misa en Belén)

Mi visita me da la oportunidad de mostrar mi solidaridad a todos los palestinos sin casa, que anhelan poder volver a sus lugares de origen o vivir permanentemente en una patria propia. A todos los jóvenes aquí presentes os digo: renovad vuestros esfuerzos para prepararos al tiempo en que seréis responsables de los asuntos del pueblo palestino. ¡Cuántos de este Campo, de estos Territorios y de toda la región anhelan la paz! En un mundo en el que las fronteras están cada vez más abiertas, es trágico ver que aún se levantan muros. ¡Cuánto deseamos ver los frutos de la bien difícil tarea de edificar la paz! Desde ambas partes del muro es necesario gran coraje para superar el miedo y la desconfianza. Hace falta magnanimidad para volver a buscar la reconciliación.
(Visita al Campo de Refugiados de Aida)

Hoy, a distancia de casi 20 siglos, el sucesor de Pedro se encuentra frente a la misma tumba vacía y contempla el misterio de la Resurrección. Aquí Cristo murió y resucitó, para no morir nunca más. Aquí la historia de la Humanidad cambió definitivamente. El juicio de Dios fue pronunciado sobre este mundo y la gracia del Espíritu Santo fue derramada sobre toda la Humanidad. La Iglesia en Tierra Santa, que continuamente ha experimentado el oscuro misterio del Gólgota, no debe nunca dejar de ser un intrépido heraldo del luminoso mensaje de esperanza que proclama esta tumba vacía. La paz que anhela esta tierra lacerada por los conflictos tiene un nombre: Jesucristo. Él es nuestra paz. En sus manos ponemos toda nuestra esperanza en el futuro.
(En el Santo Sepulcro de Jerusalén)