Abandonados - Alfa y Omega

Llegué a Turquía el día 1 de Julio de 2020 a las tres de la tarde, después de cuatro meses de espera en Roma por el coronavirus. Desde Estambul cogí otro avión en dirección a Kayseri y desde allí, en coche y en compañía de la hermana Janet, a Kirsehir, ciudad de la región de Anatolia central.

Nuestra comunidad tuvo su inicio como comunidad intercongregacional en 2016, con el objetivo de ayudar a los refugiados iraquíes cristianos. Nosotras, combonianas, llegamos aquí en diciembre de 2018 con dos hermanas. Una de ellas sigue presente y es con quien vivo ahora en comunidad.

Solo en Kirsehir atendemos a 103 familias —unas 500 personas—. Acompañamos también a los refugiados de Nevsehir —cinco familias—, Kayseri —nueve–, Nigde —35 familias—, Aksaray —40 familias— y Yozgat —130 familias—.

Llegué a Kirsehir casi a media noche. Ya al día siguiente empecé las visitas a las familias de refugiado iraquíes. Ese día visitamos a dos por la tarde, porque ellos en general se acuestan a altas horas y como consecuencia duermen de día, ya que no tienen un trabajo que los mantenga ocupados. El viernes volvimos a visitar a otras dos familias.

En todos ellos he visto mucha tristeza cuando hablan de su tierra y de sus seres queridos. Sus historias son dolorosas y muy parecidas. Os cuento la de Yousef, Bushra y sus cuatro hijos. Habían viajado desde Mosul a otro pueblo, no muy lejos, para participar en la Primera Comunión de unos sobrinos. Después de la celebración Yousef decidió volver a su pueblo para ver si su casa y su negocio de café seguían donde los dejó. Esa noche durmió en casa y muy temprano oyó gritos y gente que corría porque llegaban los de Daesh. Él salió corriendo con lo puesto y ya nunca más volvió a su casa, pues todo fue destruido. Desde el otro pueblo fueron moviéndose hasta llegar a Turquía. Todos sus recuerdos se quedaron allí, pero gracias a Dios salvaron sus vidas.

Como refugiados reciben una ayuda mínima si tienen más de tres hijos menores. Ellos por ley no pueden trabajar legalmente, y si lo hacen a escondidas reciben un sueldo mínimo con muchas horas de trabajo. No pueden moverse de la ciudad sin un permiso de la Policía, y se les da el permiso solo por motivos muy concretos, como ir a su embajada o a citas por motivos de salud.

Viven con la esperanza de partir hacia América, Australia o Europa, pero casi todos llevan esperando más de seis años. Se sienten abandonados por los cristianos de Occidente