Perfil del buen confesor, según el Papa
«Un confesor –dijo este viernes el Papa– sabe bien que él mismo es el primer pecador y el primer perdonado»
Un año más, Francisco dejó la imagen de un Papa arrodillado ante el confesionario como un pecador más. Fue este viernes, durante la celebración penitencial celebrada en la basílica de San Pedro.
Horas antes, el Pontífice habló sobre cómo se forja un buen confesor. Esto es algo –advirtió– que no se aprende «gracias a un curso», no». El confesionario es una «larga escuela» que dura toda la vida, les dijo el Papa a los participantes en un curso promovido por la Penitenciaría Apostólica, ante quienes subrayó que, al confesionario, uno debe ir para «obtener aquella medicina indispensable que es la misericordia divina, y ser de ese modo «un tribunal de la misericordia».
«El buen confesor se sabe pecador»
El Papa resaltó tres aspectos que debe tener el buen confesor. En primer lugar, ser «un amigo verdadero de Jesús el Buen Pastor», para lo cual hay que «cultivar la oración», tanto la personal como la que le receta al penitente. Si el sacramento está «envuelto con la oración» será reflejo creíble de la misericordia de Dios y evitará dificultades y malentendidos. «Un confesor que reza sabe bien que él mismo es el primer pecador y el primer perdonado», prosiguió el Papa. «No se puede perdonar en el Sacramento sin la consciencia de haber sido perdonado antes. Así, pues, la oración es la primera garantía para evitar cualquier actitud de dureza, que inútilmente juzga al pecador y no al pecado. En la oración se debe implorar el don de un corazón herido, capaz de comprender las heridas de los demás y de sanarlas con el aceite de la misericordia, lo que el Buen Samaritano derramó sobre las heridas de aquel desventurado, de quien nadie tuvo misericordia».
Para todo ello es necesario cultivar la virtud de la humildad, de modo que quede claro que el perdón es un don gratuito y sobrenatural de Dios, del cual los confesores son solo administradores. Además es necesario invocar al Espíritu, que «permite identificarnos con los sufrimientos de los hermanos y hermanas que se acercan al confesionario, y acompañarlos con prudente y maduro discernimiento y con verdadera compasión de sus sufrimientos, causados por la pobreza del pecado».
Saber discernir
El buen confesor es «un hombre del Espíritu» y también «del discernimiento». Discernir permite «distinguir», «no poner todo en el mismo saco», y ser capaz de «la delicadeza de ánimo necesaria de frente a quien abre el sagrario de la propia conciencia». Y es hombre del Espíritu, porque no hace su propia voluntad ni enseña una propia doctrina.
«El discernimiento –prosiguió Francisco– es también necesario porque, aquellos que se acercan al confesionario pueden venir de muchas situaciones diferentes; también pueden tener trastornos espirituales, cuya naturaleza debe ser sometida a un cuidadoso discernimiento, teniendo en cuenta todas las circunstancias existenciales, eclesiales, naturales y sobrenaturales. Allí donde el confesor se diera cuenta de la presencia de verdaderos trastornos espirituales –que también pueden ser en gran parte psicológicos, y por ello deben ser verificados a través de una sana colaboración con las ciencias humanas–, no dudarán en referirse a aquellos que, en la diócesis, están a cargo de este delicado y necesario ministerio, a saber, los exorcistas. Pero éstos deberán seleccionarse con gran cuidado y mucha prudencia».
Un evangelizador
Y por último, dijo Francisco, el buen confesor debe comprender que el confesionario es un privilegiado «lugar de evangelización», porque «no hay evangelización más auténtica que el encuentro con el Dios de la misericordia». En ese sentido el confesor está llamado a discernir qué es lo más útil o necesario en el camino espiritual del penitente. «De esta forma, «puede hacer mucho bien a los fieles».
«Confesar –concluyó Francisco– es una prioridad pastoral. Por favor, que no haya esos carteles “Se confiesa solo los lunes y miércoles a partir de tal hora a tal hora». Se confiesa cada vez que te lo piden. Y si te quedas allí solo rezando, estás con el confesionario abierto, que es el corazón de Dios abierto».