8 de octubre: san Hugo Canefri, el soldado que lavaba los pies de los pobres y levitaba - Alfa y Omega

8 de octubre: san Hugo Canefri, el soldado que lavaba los pies de los pobres y levitaba

Se embarcó en la llamada Cruzada de los Reyes para reconquistar Jerusalén a las huestes de Saladino. No lo consiguió, pero logró un sitio en la ciudad celeste al trabajar hasta el final de su vida por los enfermos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Ilustración de Hugo Canefri
Noble de cuna, Hugo Canefri cambió sus privilegios por el cuidado de los más desfavorecidos. Ilustración: Alfa y Omega.

«Era pequeño y delgado, vestía pieles, llevaba un cilicio sobre su piel desnuda y dormía en una mesa», así describe Giacomo Bosio, uno de los primeros historiadores de la Orden de Malta, a uno de sus hijos más destacados, san Hugo Canefri. Sin embargo, no había nacido pobre, sino más bien al contrario. 

Efectivamente, Canefri fue hijo de los condes Arnoldo y Valentina Fieschi. Nació en 1168 en Alessandria —no la ciudad que recoge las aguas del Nilo, sino en la italiana del mismo nombre enclavada en el Piamonte—. Poco se sabe de su infancia y su juventud, salvo que a los 20 años se embarcó en Génova para participar en la Tercera Cruzada junto a sus amigos el marqués Corrado del Monferrato, quien llegó a ser el primer rey de Jerusalén, y Guala Bicchieri, cónsul de Vercelli, diplomático al servicio de los Estados Pontificios que alcanzaría más tarde el cardenalato.  

La Tercera Cruzada se vio necesaria en la cristiandad ante la destrucción de Jerusalén por Saladino en 1187 y las noticias que llegaban de Tierra Santa sobre la peligrosa situación de los cristianos. El Papa Gregorio VIII llegó a proclamar que la pérdida de Jerusalén era un castigo divino por los pecados de los cristianos de Europa y pidió a los principales líderes del continente su colaboración para recuperar los Santos Lugares. Así surgió una alianza que recibió el nombre de Cruzada de los Reyes, por contar con los ejércitos de Felipe II de Francia, de Ricardo I de Inglaterra y del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico I Barbarroja. Durante varios años, los europeos estuvieron pagando lo que se conocía como el «diezmo de Saladino» para financiar la campaña militar. 

La iniciativa duró desde 1189 hasta 1192 y, aunque se logró reconquistar Acre y Jaffa, sin embargo no alcanzó su primer objetivo: Jerusalén. El 2 de septiembre de 1192 ambas partes firmaron un acuerdo por el que la ciudad permanecería bajo control musulmán a condición de que se permitiera a los cristianos el derecho de peregrinar con seguridad a los enclaves dentro de sus muros. 

Bio
  • 1168: Nace en Alessandria.
  • 1188: Se embarca rumbo a la Tercera Cruzada.
  • 1192: Vuelve a Génova como caballero de la Orden de Malta.
  • 1233: Muere en el hospital genovés de San Giovanni di Pré.

En Tierra Santa, Canefri pudo conocer lo peor de la guerra y todo el dolor que acarrea en los cuerpos y en las almas. Pero también pudo conocer de cerca la labor de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, orden que posteriormente cambió su nombre a Caballeros de Malta. Fundada en el siglo XI en Jerusalén para asistir a enfermos y peregrinos, la orden tenía una doble vocación: la asistencia hospitalaria y la defensa de la fe, evolucionando de una fraternidad monástica a una orden militar que incluso llegó a gobernar vastos territorios. 

El contacto con esos hombres —soldados, monjes y médicos a la vez— le hizo unirse a ellos ya durante la campaña militar. Y al volver a Italia, Canefri se incorporó a los miembros que trabajaban en el hospital de San Giovanni di Pré en Génova, mitad convento y mitad albergue de peregrinos, donde permaneció hasta su muerte en 1233. Allí servía a los pobres con amor, lavando sus pies con sus propias manos. Muchos contaban que le habían visto levantarse del suelo en medio de Misa. En otra ocasión hizo brotar agua de una roca para evitar que las lavanderas del hospital tuvieran que andar un largo trecho con la ropa de los enfermos. También se relataba que convirtió el agua en vino, salvó un barco en riesgo de naufragar y hasta devolvió a la vida a un fallecido tras velar su tumba durante cinco noches.

Para Giacomo Bosio, san Hugo «fue una de las páginas más bellas de la Italia medieval», tanto por «su genio guerrero en defensa de la fe católica» como por «las virtudes religiosas que le hicieron santo en vida».